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Los cristianos perseguidos

La editorial Encuentro acaba de publicar un breve libro Los nuevos perseguidos del periodista italiano Antonio Socci. En él se dan cifras de lo que han supuesto las matanzas de cristianos en el siglo XX. Cristianos perseguidos a los que los medios de comunicación no sacan en las portadas de los periódicos. Por ello, hay que dar la bienvenida a este tipo de libros que ayudan a que la sociedad conozca a estos modernos mártires cristianos.

Desde hace uno años se ha venido hablando del fenómeno multicultural que, pese a los problemas que plantea su indefinición, ha conseguido encumbrarse como tópico de lo políticamente correcto. No han faltado quienes han visto en el multiculturalismo una falacia intelectual o una evidente contradicción (entre otros, Giovanni Sartori). Lo cierto, sin embargo, es que desde la trágica fecha del 11 de septiembre, los términos del debate se han restringido. De hecho, lo que se plantea ya no es la convivencia pacífica y enriquecedora de dos sistemas culturales, con sus consiguientes manifestaciones en la pintura, la música o la literatura. Ahora las preguntas se dirigen más bien a si es posible la no-agresión entre dos cosmovisiones diametralmente opuestas.

Existe, sin duda, pese a los intentos de silenciarlo, una batalla —y las últimas noticias nos obligan a hablar de batalla cruenta— entre dos formas de entender el mundo: la llamada occidental, de tradición judeocristiana, y la islámica. Ya Huntington escribió sobre el choque de civilizaciones que, a tenor de los periódicos, se está llevando a cabo hoy día. Los acontecimientos de Oriente Próximo, los últimos atentados —Bombay—, y la reconstrucción trágica de Irak copan, como no podía ser de otra manera, los telediarios.

Pero existe una confusión, a veces importante, en el panorama intelectual contemporáneo. Podríamos hablar de la tendencia postmoderna hacia al maniqueísmo y a la simplificación. Cabe señalar que en estos asuntos las posturas de cada cual pueden presentarse demasiado porosas a las ideologías, lo que frivoliza y traslada el enfrentamiento al plano intelectual.

Desde lo políticamente correcto dimanan alarmantes signos de contradicción. Se ha subrayado, no sin razón, la necesidad de impulsar conductas tolerantes hacia aquellos que no comparten nuestros puntos de vista. Sin embargo, mientras se apela a la tolerancia con los otros, se ha acusado una radical intolerancia con nuestras propias raíces culturales.

Dentro de estas coordenadas hay que presentar el fabuloso libro Los nuevos perseguidos. Antonio Socci ha realizado un recorrido, breve, por el siglo XX, alzando la voz por aquellas víctimas que, salvo algunas excepciones, rara vez ocupan las portadas de los periódicos. Existen otros libros similares, como el de Andrea Riccardi, El siglo de los mártires, publicado en el año 2001.

La guerra de Irak ha puesto de relieve la inversión de papeles que se presencia en el primer decenio del siglo XXI. Porque mientras muchos se pronunciaban sobre la invasión norteamericana, esos mismos corrían un tupido velo sobre otras tragedias con las que comparten algo más que esporádicos chalaneos ideológicos: Cuba, Sudán. Nigeria, Liberia, Costa de Marfil. No es ocasión esta de entrar a analizar la responsabilidad moral de los intelectuales, pero conviene subrayar que los dobles raseros con los que se enjuicia, muchas veces, el papel de los estados, deslegitiman los argumentos que se utilizan.

Las persecuciones contra los cristianos han sido una constante durante el pasado siglo, a tenor de los datos que Socci maneja. Cabe definir el siglo XX como el siglo de los mártires, si tenemos en cuenta que el número de cristianos muertos por su fe es mayor que la mitad de los asesinados durante toda la cristiandad. Pero lo que uno advierte al leer el libro es que, pese a los datos, las persecuciones siguen existiendo.

La World Christian Enciclopedia cifra un total de 69.420.000 de mártires (no en sentido formal, se refiere a muertos por la fe cristiana, de cualquier confesión). La cifra de mártires en el siglo XX —fértil en el odio cristiano— es de 45.400.000. A juicio de Socci, todos estos trágicos datos hacen que el silencio de los países occidentales, de las Organizaciones Internacionales sea más lacerante.

Si los perseguidos son los cristianos, de cualquier confesión, más difícil resulta encasillar a los perseguidores. De un lado, los países islámicos son una muestra de intolerancia. De hecho, mientras en los países occidentales, los judeocristianos, se habla y se practica la tolerancia respecto de sus costumbres, en los países de religión islámica el respeto para con los cristianos es inexistente.

Esto se percibe echando un vistazo a las estadísticas. Por ejemplo, en Egipto el porcentaje de cristianos coptos era, en 1975, el 20% mientras que en la actualidad apenas llegan al 10%. En Irán se ha pasado del 15% a un 2% en 1993 y hoy día un 0.5%. Estos descensos son comprensibles si se tiene en cuenta que las políticas religiosas de estos países favorecen la discriminación de los cristianos y éstos no encuentran más alternativa que la de huir de las persecuciones.

Los atentados, las humillaciones y los asesinatos de cristianos son el pan de cada día en muchos países. En Pakistán, de mayoría musulmana, se promulgó la llamada Ley de la blasfemia que penaba con la muerte a aquellos que ofendieran a Mahoma, a través de “palabras, gestos o alusiones”. Con estas leyes que pecan de laxitud se encuentra resquicio legal para castigar a aquellos que se declaren cristianos.

En Nigeria, trece estados han establecido la Sharía, la ley islámica, lo que ha provocado que muchos cristianos huyan en busca de legislaciones más tolerantes. Entre todos, señala Antonio Socci, son cerca de 26 países donde hay cerca de 78 millones de cristianos que viven como “rehenes de los musulmanes”.

Túnez aparece como una nación de las más tolerantes. Pero sus leyes prohíben a una mujer musulmana casarse con un cristiano. Las licencias necesarias para construir templos cristianos no se conceden. No está permitida la evangelización de los misioneros. Y se habla de un país tolerante de manera relativa, esto es, comparado con otros países islámicos.

Merece un capítulo aparte la situación en Sudán. Este país sufre una profunda división entre el norte(islámico) y el sur(cristianos y animistas, que representan el 16.7% y 12% respectivamente de la población). En el año 2000, Amnistía Internacional se hacía eco de los casi 2 millones de personas muertas y de los 4 millones de perseguidos por la guerra civil, reanudada en 1983. Los capturados en el sur son sometidos a la esclavitud, con una cifra que va más allá de los 200.000 personas. Desde el poder se galvaniza a la población a la guerra santa. Sin embargo, pese a los oídos sordos de las sociedades occidentales, existen algunas asociaciones que prestan ayuda. Entre otros, la Christian Solidarity International ha conseguido liberar a un alto número de esclavos.

Socci considera que el comunismo se ha olvidado. Existen otros países donde también se persigue a los cristianos, por razones de carácter político más que religioso. Aunque la caída del muro de Berlín ocurriera en 1989, hoy día son cerca de 1500 millones de personas las que aún viven bajo regímenes comunistas.

En Vietnam, China, Corea del Norte también se ha perseguido a los cristianos. Se ha prohibido el culto, se producen arrestos o existen desaparecidos. Se ha condenado a muerte a sacerdotes y en China a algunos obispos, bajo la excusa de ser elementos nocivos para el régimen.

Se acusa con frecuencia a la Iglesia Católica de una historia oscura, de masacres e intolerancias y se alude al triste fenómeno de la Inquisición. Juan pablo II pidió un sentido perdón por el cúmulo de víctimas de la intransigencia cristiana. Parece que esto no ha bastado.

El libro de Antonio Socci no trata de silenciar aquellos hechos que, a lo largo de la historia, ha cometido la Iglesia. Lo que trata de poner de manifiesto es que no cabe invertir la posición de las víctimas. Es decir, acusar a la iglesia de un pasado tenebroso no desmerece en nada el número de víctimas y de mártires que han sufrido persecución. De hecho, cabe señalar que el reconocimiento de las propias culpas que el Papa realizó en el Jubileo del año 2000 sirve para ponderar la autoridad moral de una institución que cuenta con más perseguidos que perseguidores.

La iglesia es actualmente un objetivo para la inquina de muchos. No hay que demostrar una afirmación que se corrobora cada día en los artículos de opinión. Pero muchos de quienes tachan al catolicismo de intolerancia no tienen en cuenta o desconocen el infinito número de cristianos, católicos, asesinados por su fe. Además, los prejuicios y los dobles raseros no favorecen la crítica constructiva. Antonio Socci recoge una anécdota muy ilustrativa al respecto. En Italia muchas escuelas han cerrado durante los meses del Ramadán, por respeto hacia los niños musulmanes. Sin embargo, se ha emprendido también una reforma que va a quitar los crucifijos de las escuelas. En España, sin llegar a esos extremos, la situación es similar.

Leyendo el libro de Socci se descubre que las víctimas muchas veces se consideran perseguidores, sobre la base de un espíritu anticlerical y rancio. Mientras que la tolerancia se pide para unos, se niega el respeto a los otros. Las páginas de los diarios se nutren algunas veces de calumnias contra la Iglesia ( por ejemplo, con el papa Pío XII, cuya ayuda a los judíos ha sido reconocida), sin que nada haya pasado. En Francia, se ha llevado a los tribunales a Michael Houllebecq por falta de respeto con la religión islámica.

La tolerancia y el respeto deben ser valores que cualquier país debe tener arraigados en la sociedad. La presencia de personas de variadas religiones y confesiones en el mundo occidental demuestra que a nadie se le hace renunciar a sus ideas. La crítica constructiva que realiza la opinión pública es signo de que la libertad de pensamiento imperan allí donde se practica. Pero esos mismos valores hay que practicarlos para con aquellos que sufren. Y hacerles alzar la voz en medio de una sociedad que desconoce a sus víctimas.

Antonio Socci. Los nuevos perseguidos. Editorial Encuentro. Madrid(2003). Traducción: Manuel Oriol. 127 págs.

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