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EL PSOE DE ZAPATERO

De nuevo, colectivismo

Nunca más habrá que tomarse en serio a Rodríguez Zapatero cuando intente convencernos de que otro PSOE es posible. Nunca más habrá que creer que la mutación de sus brazos, enfundados en una cazadora de napa, en troqueladoras compulsivas para reforzar el énfasis de cualquier trivialidad sólo es un mimetismo escénico tomado del peor González.

Y nunca más, cuando alguien ojee los libros que firma Jordi Sevilla, deberá pensar que estos socialistas son distintos de aquellos que celebraban con carcajadas el cinismo del viejo profesor que, mientras animaba a los hijos de los trabajadores para que se colocasen, decía que los programas de los partidos hay que redactarlos para no cumplirlos.

Nunca más se les deberá conceder el beneficio de la duda después de haber escuchado el discurso con el que su secretario general se sinceró en su última visita a sus paisanos de León. Aprovechando el paréntesis de inactividad que el hundimiento del Prestige ha impuesto a las labores de desenterrar el cadáver de la segunda fase de la guerra civil del año 34 del siglo pasado, dirigentes y dirigidos del partido en Castilla y León se reunieron para oír de labios del joven que iba a limar la herrumbre ideológica y moral del socialismo español que “la codicia, el beneficio económico por encima de cualquier cosa y el mercado de intercambio sin control ha dado como resultado esos barcos basura que tanto daño y dolor han dejado en Galicia”. Y contaban las crónicas que Zapatero, que desde que se produjo el accidente guarda un silencio bastante parecido a la complacencia con respecto a Mijail Fridman —la cara visible de la mafia post comunista rusa que es la única causante del vertido—, concluyó su intervención, entre aplausos entusiastas de sus fieles, asegurando que “ese modelo económico de neoliberalismo que nos ha estado vendiendo la derecha es el que yace debajo de tanto fuel en las costas gallegas”.

Expresiones como ésas sólo pueden partir de alguien que sigue plenamente inmerso en el universo mental caracterizado por la mezcla de ignorancia económica y recelo gárrulo ante la libertad que ha definido tradicionalmente a la izquierda española. Porque ocurre que ese barco basura ha venido a hundirse delante de nuestras costas después de un largo viaje con origen en un Estado basura que sigue estando controlado por los mismos que vendían el modelo de algo que no decía ser una unión de repúblicas neoliberales, sino socialistas. Y en ese Estado, desde su fundación, sólo fue doble la moral, no los cascos de los petroleros. Casualmente, donde sí existe una legislación que obliga a los barcos que transporten crudo a ese refuerzo de seguridad es en Estados Unidos, el país en el que, según le dicta el periódico en el que reposta chapapote doctrinal Zapatero, tiene su origen ese neoliberalismo que él denuncia.

Resulta que el principal valedor de Jesús Caldera cree que la codicia, ese apetito desordenado por la riqueza y el poder que puede empujar a los hombres a incurrir en las mayores bajezas y falsedades, es una lacra propia de la economía de mercado. Ignora Zapatero que lo que ese sistema favorece son precisamente las virtudes civiles opuestas a esa tara moral. Porque nadie puede sobrevivir durante mucho tiempo en el mercado si, por ejemplo, se dedica a engañar a sus clientes distorsionando y mutilando el contenido de informes comerciales. Diríase que no se le ha pasado nunca por la cabeza que en una sociedad inspirada por esos principios, a diferencia de lo que ocurre en el mundo de los aparatchik de los partidos, la única manera de prosperar a largo plazo es sirviendo de la forma más eficiente y honesta los deseos y las necesidades de la gente.

Sintomáticamente, el líder de la oposición ha decidido mezclar su rechazo de la economía liberal con la capitalización política de ese aberrante panteísmo ecologista que permite que el gesto indiferente de tantos ante el drama de la pérdida de vidas humanas en el hundimiento de un barco en Bañolas se haya mutado en una mirada de iluminado integrismo por la muerte de unas cuantas gaviotas para cuya denuncia, también de manera muy significativa, se ha recurrido a la forma más sagrada de la iconografía cristiana, la crucifixión. No es casual. Hay un vínculo psicológico muy estrecho entre su afán autoritario por el control de “los intercambios” y el irracionalismo antihumanista que translucen esas escenificaciones. Ambos comparten el anhelo por un mundo en el que los individuos se subordinen a un poder sabio que acote al máximo su perniciosa independencia. De ahí el clamor de los ideólogos de la progresía para que vuelva la política. Que lo privado sea lo que controla lo público, y lo público, naturalmente, lo que no controla nadie. Eso es lo que sigue teniendo en la cabeza el renovador Zapatero. Y si para conseguirlo hace falta hundir otro barco, pues se hunde.



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