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La obra de Luis Díez del Corral

El proceso de edición de las Obras Completas de Luis Díez del Corral, editadas por el Centro de Estudios Constitucionales, signiflcó el principal empeño y la mayor ilusión de sus últimos días, acompañándole los volúmenes recién aparecidos hasta la clínica donde murió. Se trata de un trabajo editorial primoroso, en cuatro tomos, que suman en total tres mil ochocientas una páginas. El volumen cuarto contiene un índice onomástico y otro de ilustraciones, las cuales son especialmente útiles para la comprensión plena de algunos de los trabajos más importantes que se contienen en las obras, aquellos, concretamente, en que, como corresponde a una de las características esenciales de Díez del Corral, la forma artística sirve para explicar, de manera luminosa y en ocasiones arrobadora, las ideas políticas y los procesos históricos. Mención aparte merecen las xilografías de E.-C. Ricart, que ilustran la reproducción de la obra Mallorca, Premio Nacional de Literatura, en 1942.

Esta edición no es una casualidad, sino que continúa la Antología de escritos de Díez del Corral, que editó Carmen Iglesias en el Centro de Investigaciones Sociológicas en 1984. Aquella selección sagaz y profundamente representativa de los trabajos de Díez del Corral, estaba precedida de un estudio introductorio en forma de entrevista de Carmen Iglesias con el autor, gracias al cual el lector se hacía cuenta cabal de la génesis y urdimbre intelectual de los textos excepcionales, por el fondo y por la forma, que iba a leer. Esa introducción se ha conservado tal cual en la presente edición de obras completas, lo mismo que las muy útiles noticias biográflcas y flcha bibliográflca de Díez del Corral. Se trata, pues, del hito más importante en la labor tenaz de difusora que, del legado intelectual de sus maestros Luis Díez del Corral y José Antonio Maravall, viene cumpliendo Carmen Iglesias, la cual ha contado, en esta ocasión, con la valiosa ayuda de María Luisa Sánchez-Mejía. Hecha la edición desde el Centro de Estudios Constitucionales que aquélla dirige ahora, y con el cual estuvieron vinculados en tiempos Díez del Corral y Maravall, el esfuerzo y la lealtad de Carmen Iglesias digniflcan de paso la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid y el Departamento de Historia, donde ambos maestros enseñaron.

Temas y estilo de Díez del Corral

¿Cómo podría resumirse de la manera más sintética posible la obra de Luis Díez del Corral? En mi modesta opinión como la de un experto y, a menudo, un sabio en el análisis complejo y matizado, pero también muy hermoso, de las principales encrucijadas por las que ha venido atravesando la civilización europea y su signiflcación para nosotros. El legado clásico greco-latino, en primer lugar, con la marcada querencia de Grecia, tanto en el plano fllosóflco como en el estético. Al contrario que Maravall, Díez del Corral no se sustrajo nunca al deseo renovado de ahondar en el signiflcado del arte y la política de la antigua Grecia, en los propios términos de la Antigüedad, cuidadosamente depurada, por tanto, de anacronismos, pero dando también mucha importancia a la evolución de ese legado, su utilización y sus transformaciones en épocas posteriores de la cultura europea. En segundo lugar, la ruptura moral, intelectual y en gran medida, política representada por la difusión y el triunfo del cristianismo en el mundo romano. Díez del Corral abordó estos problemas, entre otros medios, con análisis especialmente brillantes de San Agustín, un pensador para él sin duda estratégico. El iusnaturalismo del siglo xvii y la Ilustración de la centuria posterior, con especial referencia a Montesquieu, ocupan el tercer lugar y, flnalmente, el liberalismo francés (y español) de la primera mitad del siglo xix; aquél que hace balance de las gigantescas convulsiones de la Revolución francesa y del Imperio napoleónico e intenta diseñar, con el referente inglés, un sistema de libertad política estable para el continente, capaz de sortear la nostalgia de un Antiguo Régimen idealizado, pero también de la democracia y el socialismo como la culminación necesaria de la obra de la Razón y de la Historia.

En este último terreno, con su tesis doctoral sobre Guizot y el grupo de los doctrinarios, leída en 1944 y publicada al año siguiente, Díez del Corral se convirtió en un experto internacional de primera flla, traducido al alemán en 1964, aunque no al francés, donde el tema sólo ha sigo recogido cuarenta años más tarde, en 1985, con la aparición de Le moment Guizot, de Pierre Rosanvallon, el cual ha vuelto a darle toda la importancia que ya había desentrañado Díez del Corral. La intensa y dilatada atención en el tiempo que Díez del Corral prestó asimismo a Alexis de Tocqueville (don Luis llegó a jugar con el doble sentido de las palabras cautivador y cautiverio), un autor hoy reconocido, pero en gran medida ignorado tras su muerte a mediados del siglo anterior, hasta después de la II Guerra mundial, fundamentó la amistad entre Raymond Aron y Díez del Corral, ya que don Luis perteneció al comité editor de las obras completas de Tocqueville presidido por Aron. En el caso de Tocqueville, el trabajo de Díez del Corral se concentró en la genealogía y referencias intelectuales de su pensamiento, es decir, en la historia intelectual del propio Tocqueville, dando lugar a una suerte de continuación de la obra dedicada a los doctrinarios más de cuarenta años antes, con El pensamiento político de Tocqueville, aparecida en 1989. Sin embargo, no se trataba ahora de una escuela, sino de la originalidad irreductible de quien no podía ser integrado en ninguna, sin perjuicio de su pertenencia a la gran corriente del liberalismo. Por lo que se reflere al liberalismo español de la primera mitad del xix y, en concreto, el de nuestros propios doctrinarios, quienquiera que, con motivo del pasado centenario de Antonio Cánovas del Castillo, haya repasado las páginas que le dedica Díez del Corral, habrá podido comprobar que ese ensayo de biografía intelectual permanece insuperado por su ponderación, su realismo y por el modo como nos permite apreciar la consistencia del pensamiento y de la obra política del personaje, sin perjuicio de sus limitaciones intelectuales y políticas.

Dejemos que una cita de Díez del Corral sobre las relaciones intelectuales entre Tocqueville y los doctrinarios, precisamente, nos proporcione una idea del signiflcado que tenía para él esta larga investigación y reflexión, a la que dedicó gran parte de su vida: "Sin duda la elevación de la masa puede impedir a algunos acceder a las cimas más sublimes y, en deflnitiva, ir en detrimento del patrimonio común de la cultura: puede, incluso, actuar en perjuicio de ese mínimo de libertad que es indispensable al hombre para ser verdaderamente hombre, y a la sociedad democrática para no retroceder sobre sus pasos. Pero una imperiosa exigencia moral y religiosa nos impone esforzarnos en hacer la libertad compatible con la igualdad, el bienestar general con la aristocracia de los valores. Pese a sus aparentes mezquindades, impuestas por las necesidades de la política activa, los mejores doctrinarios nos han legado, a mi entender, un mensaje de alcance tan actual y de aliento tan noble como los de Tocqueville" (O. C., iv, p. 3.233).

Junto a ese gran bloque de temas europeos es necesario mencionar el que Díez del Corral dedicó, específlcamente, a la Monarquía Hispánica de los siglos xv al xviii, en su compleja estructura peninsular y universal, tal como la vieron los grandes pensadores europeos, de Maquiavelo y Guicciardini a Montesquieu y Alejandro de Humboldt. En el esclarecimiento de estos temas llama poderosamente la atención las páginas dedicadas a la pintura de Velázquez y otros grandes artistas del xvii español, como Carreño de Miranda, las cuales conflguran una vía especial de comprensión de la complejidad territorial y de las tensiones intelectuales y políticas de la Monarquía hispánica; un recurso estético que realza como pocos la calidad intelectual de la obra de don Luis y acentúa, por otra parte, el parentesco entre esta parte de su trabajo y el de José Antonio Maravall, al tiempo que permite distinguir muy bien la personalidad intelectual y el método de uno y otro. Unas pocas frases pueden servir de escueto balance al nivel de explicación alcanzado por Díez del Corral en este campo, el de mayor proyección europea de nuestra historia: "La Monarquía Católica -escribe- fue un largo y peregrino puente tendido entre la Europa del Medioevo y la Europa ya moderna de flnales del siglo xvii y comienzos del siguiente, cuando se constituye el sistema de Estados europeos" (O.C., iii, p. 2.448). Y repasando las inquietudes de su maestro, Ortega y Gasset, (y muchos otros) sobre el archi-interrogado "ser de España", contesta generoso y maduro Díez del Corral, con una comprensión europea de nuestra trayectoria histórica: "Desde un punto de vista exclusivamente español, España parece invertebrada porque el eje de su historia no le pertenece en exclusiva; en mayor medida que cualquier otra nación europea occidental está imbricado en el engranaje de la historia de Europa, no de una Europa egocéntrica y satisfecha de sí misma, sino concebida como protagonista, que fue y continúa siendo, de una historia universal; abierta en razón de su papel a toda las aportaciones y dispuesta a ofrecer con generosidad su cultura y su sangre" (O.C., iv, p. 3.263).

Este interés prioritario por el contenido de las grandes encrucijadas de la civilización europea, entendidas desde las coordenadas de la historia del pensamiento político, hacen que la obra de Díez del Corral no se limite a un depósito de erudición expuesta con evidente elegancia, ni siquiera a un conjunto de análisis intelectualmente brillantes, en ocasiones de una gran capacidad persuasiva por sus dotes de observación e interpretación, como el que dedica a la historia de la mirada en el arte, desde los antiguos egipcios hasta Picasso, dentro de sus Ensayos sobre arte y sociedad (1955). Más que eso, sus trabajos tienen, sobre todo, una virtud educativa, formadora, del mismo tipo que aquella con la que don Luis justiflca su admiración hacia su querido Tocqueville, cuando destaca en éste su absoluta falta de dogmatismo, pues para él, la investigación lo era todo y las conclusiones lo menos importante. Y esa podría subrayarse como la principal aptitud de Díez del Corral, su capacidad para describir los problemas del pensamiento político, contextualizarlos, tanto con ayuda de la economía y de la sociología como de la estética, y contornearlos a lo largo de todas sus facetas y aristas, de modo que sirvan para profundizar comparativamente en los autores que los trataron y rastrear en ellos las fuentes de su sabiduría, de su capacidad de idear. La sugerencia, más que la conclusión, y el rechazo por la vía implícita de la exclusión y una tenue ironía, en lugar de la polémica, caracterizan el estilo de Díez del Corral.

El magisterio de Díez del Corral

Destaca Carmen Iglesias en la citada "Semblanza intelectual" que precede las obras completas, el gusto especial de don Luis por la enseñanza a través de seminarios, en pequeños grupos, algo del todo congruente con lo que se acaba de decir sobre su estilo intelectual. Y no es que Díez del Corral careciera de presencia física ni de excelente voz para las clases magistrales; todo lo contrario. Su alta y gallarda flgura estaba coronada por una noble cabeza, que conservaba suflciente cabello blanco, siendo regulares los rasgos de su rostro, en el que destacaban los ojos grandes y algo tímidos, como puede apreciarse en la fotografía que introduce la edición de las obras. Su voz era grave, sonora y algo ronca. El caso es que el comienzo de la masiflcación universitaria, en los primeros años setenta, junto con otros factores, conflguraron una situación adversa para la labor docente de Díez del Corral. A la masiflcación se sumaron los efectos del primer estado de excepción a la altura de 1969 y la presencia permanente de la policía en los recintos universitarios. El alumnado más inquieto sufría de lleno el impacto de la llamada revolución parisina de mayo del año anterior (la révolution introuvable la llamó Raymond Aron), lo cual signiflcó que su radicalización política dejó de alimentarse del trato con los libros y el debate intelectual, para pasar directamente al activismo político, que a la sazón consistía en formar afanosamente diversas y ferozmente enfrentadas "vanguardias auténticamente revolucionarias del proletariado"; una actitud que, en la Facultad de Ciencias Políticas, convirtió al Partido Comunista de Santiago Carrillo nada menos que en "la derecha".

Junto con eso, la asignatura impartida por Díez del Corral, la Historia de las Ideas y de las Formas políticas, era la asignatura más atractiva del plan de estudios y al tiempo, la más difícil (honores que compartía con la Historia del Pensamiento Político en España, que enseñaba José Antonio Maravall, en cuarto curso). Al estar en segundo curso, la masiflcación convirtió a Historia de las Ideas en una barrera selectiva de hecho (igual que, en menor medida, le ocurría a Historia del Pensamiento). Añádase a lo anterior que en Ideas, como se la conocía coloquialmente, se congregaba el grupo de profesores jóvenes más brillante de la Facultad de Políticas, seleccionados maniflestamente por su capacidad y dedicación y no por una especial aflnidad con las ideas o preferencias de Díez del Corral.

Esta tolerancia, que signiflcaba asimismo rechazo a imponerse por la fuerza de la autoridad y el dogmatismo, facilitó que todos estos factores se combinaran formando una tormenta que descargó sobre las espaldas de don Luis. Tuvieron lugar así unos pocos episodios a los que se denominó "juicio crítico" y que se justiflcaron con el recurso al argumento de Herbert Marcuse de que cuanto más liberal y competente era un profesor, más y mejor enmascaraba la condición metafísicamente "represiva" del "sistema"; en el caso español, no ya del franquismo, "poca cosa", al parecer, por tratarse de una mera "superestructura", sino del capitalismo. Una variante, en deflnitiva, del bárbaro cuanto peor, mejor.

El tono de aquellas sesiones fue agresivo y provocador, "reivindicativo", como hoy siguen deflniéndolo los adoradores del Mayo francés. Nadie se atrevió a "juzgar políticamente" a Díez del Corral, pero sí intelectualmente, nada menos. Para ello se utilizó un folleto del autor marxista italiano, Umberto Cerroni, titulado "Introducción al pensamiento político". Cerroni era un marxista gramsciano que los maoístas que orquestaron el "juicio" a don Luis tenían que considerar "revisionista", pero hasta a ellos debió darles vergüenza desenfundar el "Libro Rojo", de Mao, o, tal vez, Materialismo y Empirocriticismo, de Lenin, por no mencionar otras delicias del pensamiento "materialista-dialéctico".

Los textos recogidos en el volumen IV de las obras demuestran que Díez del Corral hubiera podido hacer en aquel momento un informe muy competente de la situación intelectual del marxismo europeo, pero no les hubiera gustado en absoluto a sus críticos. Como tampoco le hubieran perdonado, si lo hubieran leído en aquella situación, su juicio asimismo intelectual sobre el marxismo en relación con la civilización europea contenido en su obra más famosa y traducida, El rapto de Europa (1954). Díez del Corral conocía lo suficientemente a Hegel, en su lengua original, (no se diga su apego a Platón) como para mostrar reservas ante los juicios de Popper en su obra La sociedad abierta y sus enemigos sobre estos dos autores, aunque compartiera los objetivos políticos del autor austríaco aflncado en Gran Bretaña.

Conocía no menos bien el pensamiento de Hume y de Kant, las dos cimas fllosóflcas de la Ilustración, por lo que difícilmente podía responder nada a propuestas vacías como la de que Marx era "heredero de la Ilustración" y puntal de la ciencia social e histórica. ¿De qué Ilustración, de qué concepto de ciencia?, habría preguntado. De otro lado, quien conocía tan exhaustivamente como él a autores como François Guizot, Benjamin Constant y Alexis de Tocqueville ¿qué otra cosa podía hacer sino sonreír para sus adentros cuando oyera hablar del proyecto emancipador, liberador del marxismo revolucionario? En alguna de aquellas sesiones apareció Francisco Rubio Llorente, el cual acababa de prologar una edición de los Manuscritos de Marx de 1844, pero el saber crítico y el rotundo sentido del humor del que sería magistrado del Tribunal Constitucional de la democracia resultó contraproducente.

Algunos de quienes, sin haber cumplido los veinte años, asistimos como testigos mudos a aquellos incidentes y no los hemos olvidado, acabamos por convertir a Díez del Corral en una especie de metáfora de nuestra propia evolución. Hay que tener en cuenta que don Luis se educó en la España convulsa y radicalizada de los años treinta y en la Alemania que comenzaba a ser regida por los nazis, una parte importante de cuya ciudadanía no se lo acababa de creer. Algún comentario en ese sentido, entre melancólico y triste, dejó caer don Luis en aquellos incidentes "críticos". Sin duda el magisterio y la amistad con Ortega y Gasset fueron decisivos en su evolución intelectual, y las obras recogen unos recuerdos en extremo reveladores de su relación con Ortega, lo mismo que a propósito de su amistad con Maravall, compañero de estudios y, asimismo, integrante del círculo de jóvenes orteguianos. No obstante, tiene interés recordar que, en el prólogo a Por qué cayó Alfonso XIII, sus autores Gabriel Maura, hijo primogénito de Antonio Maura, y Melchor Fernández Almagro mencionan a un joven brillante que se aprestaba a profundizar en la historia de la Restauración.

Díez del Corral haría, flnalmente, algo menos y mucho más que la historia de la Restauración, pero es igualmente importante no pasar por alto que, en esos recuerdos sobre Ortega, don Luis puntualiza con gran cuidado que el "Prólogo para franceses" que aquél redactó en 1937 para La rebelión de las masas, y en el que se habla de los intensos placeres y magníflcas sorpresas que aguardan a los que se aventuren el estudio de los doctrinarios, lo conoció Díez del Corral cuando la redacción de su tesis sobre el liberalismo doctrinario estaba ya bastante avanzada y supuso para él "confortación y premio a un trabajo llevado a cabo a lo largo de varios años un tanto a ciegas" (O.C., iv, p. 3.615). Esa fue la conclusión de la terrible década y media en que se desarrolló la juventud y tuvieron lugar los estudios universitarios y los primeros pasos profesionales de Díez del Corral.

Pero ¿cómo transmitir esa experiencia y todo el saber crítico que contenía, veinticinco años después de haberla acumulado y desarrollado a unos jóvenes sumidos en un tipo de obcecación dogmática y autoritaria similar a la que él conoció? ¿Qué hacer con gente presa de una fe cuya naturaleza Díez del Corral conocía exactamente al deflnirla como "tanto más decisiva cuanto se la considera racional por entero", en referencia al marxismo"? (O.C., iv, p. 3.307). La tremenda fragilidad del saber crítico, ponderado, matizado; la gran diflcultad de transmitir conocimientos cuando estos se conciben para enriquecer a las personas y no para intimidarlas ni, menos, destruirlas. Esa fue la lección inolvidable que nos transmitió en aquel curso 1969-1970 Díez del Corral a unos alumnos que sólo llegamos a serlo bastantes años después.

La significación de un legado

Las cosas ya no volvieron a ser como eran. Aunque los ayudantes de Díez del Corral encauzaron aquella situación como mejor pudieron, continuó el proceso de destrucción entonces iniciado. Don Luis se concentró en los cursos de doctorado y cada Plan de Estudios de la Facultad de Ciencias Políticas ha ido rebajando la importancia de las asignaturas de Historia de las Ideas e Historia del Pensamiento hasta convertirlas en asignaturas optativas, la primera en los estudios de Sociología, la segunda, perdido el nombre de Historia, en los de Ciencias Políticas. Resulta muy difícil no relacionar esa situación con el arrinconamiento de un tipo de saber que se caracteriza por la mezcla de tres factores: espíritu crítico, humanismo y criterio de excelencia, y que tan cabalmente personiflcaron Díez del Corral y Maravall mientras les fue posible. Otro enfoque pomposamente denominado "científlco-social" y de querencias políticas "avanzadas" ha tendido a considerar al primero respetable, pero anticuado y, tendencialmente, "conservador".

También resulta difícil sustraerse a otras pocas consideraciones, para terminar. Una es que no debía ser únicamente un páramo la vida intelectual del primer franquismo si podían llevarse adelante trabajos como los que se recopilan en las obras de Díez del Corral correspondientes a aquellos años. Otra, que si bien nada más ajeno al "Ideal de Cruzada" del franquismo que la historia del liberalismo doctrinario, aquel régimen fue más tolerante y generoso con su autor que cierta izquierda de los años sesenta y setenta, hoy democrática, pero que pagó un precio abrumador a los marxismos de la época, carga de la que todavía se resiente en forma de perpetuo complejo de superioridad intelectual y moral. Finalmente, también es difícil sustraerse a la comparación de la flgura de Díez del Corral con la de Isaiah Berlin, Raymond Aron, Karl Popper y Friedrich Hayek.

Puede oponerse a esto que Díez del Corral no tuvo la relevancia de Aron en sociología ni la de Popper en fllosofía y metodología de la ciencia ni la de teórico de la economía de un Hayek. Pero el caso es que gana a todos como historiador y su vertiente estética le proporciona, además, un relieve especial, que comparte con Popper en lo referente a la música y le aproxima todavía más a Berlin, al que tantos trazos de fondo asimilan. (Algo parecido ocurre cuando se piensa en el parentesco evidente de José Antonio Maravall con los principales historiadores de la escuela francesa de los Annales.) Por todas estas razones es tan importante el empeño editorial que ha llevado a cabo Carmen Iglesias. Ella nos proporciona, clara y limpiamente ordenado y encuadrado, un rico venero de ideas para aprender, para disfrutar, para criticar y, sobre todo, para que algunos de los mejores alumnos de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología sepan que los Díez del Corral y Maravall no son únicamente los nombres de dos eminencias desaparecidas, sino excelentes caminos para aprender a buscar la lucidez, que es el saber agridulce del saber que conoce sus límites, pero no ceja en su eterna curiosidad.

Luis Díez del Corral, Obras Completas 4 vols., Centro de Estudios Constitucionales, 1998.

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