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LAS GUERRAS DE TODA LA VIDA

Darwin en la Argentina

Hoy, 24 de noviembre de 2009, en que, como diría Vallejo, proso estas líneas, se cumplen ciento cincuenta años de la aparición de El origen de las especies, un libro tan influyente como El Capital de Marx, La interpretación de los sueños de Freud o, en el plano hispánico, el Facundo de Sarmiento o La rebelión de las masas de Ortega.

Hoy, 24 de noviembre de 2009, en que, como diría Vallejo, proso estas líneas, se cumplen ciento cincuenta años de la aparición de El origen de las especies, un libro tan influyente como El Capital de Marx, La interpretación de los sueños de Freud o, en el plano hispánico, el Facundo de Sarmiento o La rebelión de las masas de Ortega.
Charles Darwin.
Lo sepamos o no, nos guste o no, hablamos marxiano, freudiano, sarmientino en la Argentina y orteguiano en todo el universo hispánico. Y también darwiniano.

Decimos "burgués", "complejo" o "trauma", "vivencia", y sostenemos a menudo que el hombre desciende del mono. Puras superficialidades, pero también lenguaje con origen ideológico particular que, sin embargo, se ha generalizado. Y todos esos libros merecen una atenta lectura, hasta para estar en contra, lectura que rara vez emprenden los que son partidarios y los que no, por lo que esto se convierte en un infierno de ideas cruzadas que poco tienen que ver con la forma y el sentido que poseían al ser expresadas, por extenso y con brillantez, hace tiempo. Una nota casi marginal: también hablamos maltusiano, aunque esto cueste más reconocerlo, porque ni siquiera algunos ecologistas activos que dicen que la energía no alcanza para todos se confiesan herederos de Malthus.

No voy a entrar aquí en los entresijos de la cuestión darwiniana, del diseño inteligente, del creacionismo y del evolucionismo. Pero siempre he admirado a los hombres inteligentes, y Darwin lo era, y mucho. De modo que rendiré mi modesto homenaje a esa inteligencia suya obsequiando a mis lectores con un texto procedente de sus diarios de viaje, que me ha enviado mi querido, y también admirado, Jaime Naifleisch. Se trata de una entrada, correspondiente a los días entre el 29 de noviembre y el 4 de diciembre de 1833, del Diary of the Voyage of "HMS Beagle", editado por Nora Barlow en 1933 para la Cambridge University Press (pp. 197-200); la traducción pertenece a Ciencia Hoy (revista de divulgación científica y tecnológica de la asociación Ciencia Hoy, volumen 6, nº 31):
Durante los últimos seis meses, he tenido la oportunidad de apreciar en algo la manera de ser de los habitantes de estas provincias [del Plata].

Los gauchos u hombres de campo son muy superiores a los que residen en las ciudades. El gaucho es invariablemente muy servicial, cortés y hospitalario. No me he encontrado con un solo ejemplo de falta de cortesía u hospitalidad. Es modesto, se respeta y respeta al país, pero es también un personaje con energía y audacia.

La policía y la justicia son completamente ineficientes. Si un hombre comete un asesinato y debe ser aprehendido, quizá pueda ser encarcelado o incluso fusilado; pero si es rico y tiene amigos en los cuales confiar, nada pasará.

Es curioso constatar que las personas más respetables invariablemente ayudan a escapar a un asesino... Parecen creer que el individuo cometió un delito que afecta al gobierno y no a la sociedad. (Un viajero no tiene otra protección que sus armas, y es el hábito constante de llevarlas lo que principalmente impide que haya más robos).

Las clases más altas y educadas que viven en las ciudades cometen muchos otros crímenes, pero carecen de las virtudes del carácter del gaucho. Se trata de personas sensuales y disolutas que se mofan de toda religión y practican las corrupciones más groseras; su falta de principios es completa. Teniendo la oportunidad, no defraudar a un amigo es considerado un acto de debilidad; decir la verdad en circunstancias en que convendría haber mentido sería una infantil simpleza. El concepto de honor no se comprende; ni éste, ni sentimientos generosos, resabios de caballerosidad, lograron sobrevivir el largo pasaje del Atlántico.

Si hubiese leído estas opiniones hace un año, me hubiese acusado de intolerancia: ahora no lo hago. Todo el que tiene una buena oportunidad de juzgar piensa lo mismo.

En la Sala de Buenos Aires no creo que haya seis hombres cuya honestidad y principios pudiesen ser de confiar. Todo funcionario público es sobornable. El jefe de Correos vende moneda falsificada. El gobernador y el primer ministro saquean abiertamente las arcas públicas. No se puede esperar justicia si hay oro de por medio. Conozco un hombre (tenía buenas razones para hacerlo) que se presentó al juez y dijo: "Le doy doscientos pesos si arresta a tal persona ilegalmente; mi abogado me aconsejó dar este paso".

El juez sonrió en asentimiento y agradeció; antes de la noche, el hombre estaba preso. Con esta extrema carencia de principios entre los dirigentes, y con el país plagado de funcionarios violentos y mal pagos, tienen, sin embargo, la esperanza de que el gobierno democrático perdure. En mi opinión, antes de muchos años temblarán bajo la mano férrea de algún dictador.
Vamos, como si lo hubiese escrito ayer, o la semana pasada, o en 1930. Como anota Naifleisch en su correo, aquéllos 
(...) eran años en los que el país había sido arrojado a la inmundicia, comenzando por el derrocamiento de[l presidente] Rivadavia, acaso el primer Golpe de Estado mediático que se conoce, con el nuncio papal como caudillo en las sombras. El pescado empieza a pudrirse por la cabeza. Y allí se forjó un patrón de conducta que nunca abandonó a los argentinos, debilitado entre 1880 y 1930 –época de prosperidad, de la Argentina mítica–, en ascenso y pelea luego, volvió a ser hegemónico desde el peronismo del 74, el milicaje que lo refuerza a partir del 76-83, impasse... y ya es absoluto en el menemismo del 89 y hasta hoy. No se equivocaba Darwin, tiene en la Argentina más fuerza lo que la aleja de la civilización que lo que la acerca y la hace suya, denodadamente impotente.
Aun cuando consideremos todos los casos de corrupción que se daban en España y en la Inglaterra de Darwin, que no eran pocos, de ninguna manera parece posible, aunque la realidad nacional actual haga dudar de ello, que se tratara de rasgos estructurales a ellas, como lo son en la sociedad argentina: el observador británico era perfectamente lúcido y previsor; no profético, porque el deducir que de esa situación sólo podían derivarse dictadores no es ser vidente, sino sensato. Si se parte del juez de los doscientos pesos, lo natural, si nada se interpone, es llegar a la cleptocracia dictatorial peronista de hoy mismo.

No sé dónde ni cuándo empezó la cosa en España, pero amenaza con hacerse estructural.


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