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Lugares comunes y medios de comunicación

Pocas parcelas de la realidad social acumulan tantos lugares comunes como los que destacan en la floresta de los medios de comunicación. Son observaciones que se repiten a partir de misteriosas fuentes de autoridad, casi como axiomas. Llega a irritar que se pongan en duda. Sin embargo, se trata de proposiciones que admiten muchas pruebas en contrario. La duda es una obligación del ejercicio del intelecto. El cual es tan recomendable como el ejercicio físico.

El medio es el mensaje

Se repite ya a la estolidez de "el medio es el mensaje". También se le puede dar la vuelta: "el mensaje es el medio". La afirmación es igualmente sinsorga. Los medios son eso, instrumentos, con contenidos muy variados. Por eso se requiere el plural: los diarios, las revistas, los programas radiofónicos o televisivos. (Entre paréntesis, ahora es moda anglicana la preferencia por los adjetivos en -al. Así televisual, comunicacional, eclesial, policial, etc. La última moda es decir "televisión terrenal", por oposición a la que se difunde a través de satélites.) Cada una de esas cabeceras o programas expide diferentes mensajes, aunque el término resulte altisonante en castellano. Pero en este caso ya estamos acostumbrados. Ni siquiera se trata de mensajes únicos, puesto que no terminan siéndolo más que al término de su recepción. Es ahí donde adquieren significados múltiples. Así pues, en todo caso los medios serán los mensajeros, lo cual tampoco es decir mucho. 

Si se quiere advertir que "el medio es el mensaje" porque cada medio, por razones técnicas, moldea los contenidos a su aire, la observación sigue siendo una patochada. Es evidente que no es lo mismo un artículo de periódico que una intervención es una tertulia radiofónica. Pero para llegar a esa sutileza no hace falta haber estudiado en Salamanca. Lo fundamental es que, en uno y otro caso, el mensaje es distinto porque el público receptor lo asimila con expectativas diferentes. A su vez, todo el que haya pasado por la escuela primaria entiende que el artículo de periódico o el comentario de la tertulia son piezas menores. Por lo menos lo son así cuando las comparamos con un riguroso trabajo académico o con una pieza literaria mayor. Sólo que el público no toleraría que las columnas periodísticas o las tertulias radiofónicas fueran tesis doctorales.

La televisión trivializa

La anterior distinción da pie para otro lugar común, aunque afecte en este caso a una minoría exquisita. Se trata del desprecio con que reciben a los medios, singularmente la televisión, una buena parte de los intelectuales, profesores, artistas, en definitiva, los afectos a la cultura. El carácter efímero de la televisión la equipara a frivolidad, trivialidad. Esa actitud resulta ridícula por insincera, porque esos mismos hoplitas de la cultura necesitan de los medios de comunicación para sobrevivir y medrar. Habría que hablar de envidia o celos para explicar una conducta tan insincera. Pero sobre todo hay aquí una especie de "disonancia cognoscitiva", al decir de los psicólogos. Resulta curioso que esa actitud despreciativa por parte de la intelectualidad choque contra el embeleso que produce en el público el bosque de los medios. A nadie le gusta asistir al espectáculo de demasiadas contradicciones. La reacción es tan humanísima como buscar un culpable. Ahí es donde se introduce el más sandio de los lugares comunes: la manipulación de los medios.

La teoría de la conspiración

Se supone que los medios están controlados por "unas pocas manos", que por eso manipulan. Se trata de una especie de rapto espiritual ejercido sobre las mentes ingenuas del pueblo. La verdad es que es mucho suponer. Vayamos a los hechos. El grado de concentración empresarial en el ramo de los medios de comunicación no es mayor que el que se da en las entidades financieras o las empresas de bebidas refrescantes. Sucede, además, que, dentro de cada medio, operan periodistas y comunicadores, cada uno de su padre y de su madre. Pocas profesiones habrá menos corporativistas. El problema está en que aquí no estamos vendiendo cualquier cosa, sino mensajes, contenidos etéreos que pueden ser deletéreos porque afectan a las conciencias y pueden intoxicarlas. Claro es que también pueden ilustrarlas, que es lo que sucede la mayor parte de las veces. Antes del resultado que sea, el proceso pasa por una clara "atención selectiva" por parte de la audiencia. Me explico, los comunicadores pueden intentar convencer al público para que adopte sus prescripciones, sus interpretaciones del mundo. Pero el público no es tan tonto como parece, aunque no sea letrado. Selecciona muy bien lo que quiere oír y se deja convencer de lo que previamente es más acorde con sus iniciales convicciones. Parece olvidarse el hecho elemental de que el público ejerce la libertad de exponerse o no a la influencia de uno u otro medio. Así pues, lo de la manipulación de las mentes por ocultos poderes es pura imaginación. Es más, después de la exposición a los medios, florecen opiniones más variadas que antes de ese estímulo.

Una prueba contra la hipótesis de la manipulación de los medios es la opinión sobre la pena de muerte. En España está expresamente prohibida por la Constitución. Es muy raro que se pueda encontrar en los medios piezas favorables a la pena de muerte. Tampoco es un acuerdo deliberado. Es más bien la expresión de un cierto grado de cultura cívica. A su vez, responde a una tradición cultural europea. Pues bien, más de la mitad de los españoles son favorables a la pena de muerte. Se trata de un desahogo. Sea lo que sea, no parece el efecto de ninguna suerte de manipulación de los medios.

Es cierto que los medios de comunicación influyen en las opiniones, pero de manera indirecta y más bien lenta. Las opiniones se forman por la influencia más directa de las personas que tienen más ascendencia sobre el sujeto: familiares, amigos, profesores. Es curioso que a ese ascendiente no se le llame manipulación.

Aun reconociendo la influencia de los medios sobre la opinión pública, la realidad es que sólo en los regímenes totalitarios los distintos medios son una misma cosa. La cual se confunde, además, con el poder político, igualmente concentrado. Pero en los sistemas democráticos los medios influyen cada uno por su lado. Naturalmente, se trata de una cuestión de grado, tan diverso como la temperatura democrática que alcanza uno u otro cuerpo político. Es más, los grupos de presión o las fuerzas políticas eligen distintas cabeceras de los varios medios para convencer al público. Pero esas líneas de influencia no sólo son distintas sino encontradas. Hay que presumir, por tanto, que pueden llegar a neutralizarse.

Un poder extraordinario de los medios de comunicación es el de la modificación de los usos del lenguaje. Es un poder silencioso y constante, como el que tiene el agua sobre la erosión o la corrosión de los materiales. Digamos que es como una suerte de efecto catalítico que acelera la natural evolución del sentido de las palabras. No se tome sólo en el sentido de la degradación de los significados. Cumple también el papel de unificación del idioma común, el que de otra manera se fragmentaría en regionalismos o localismos. Gracias a los medios de comunicación, la lengua española, hablada en una veintena de países, no se desintegra, sino que se unifica cada vez más, con aportes geográficos diversos.

La cuestión intrigante es: si la supuesta manipulación de los medios no es tal o no es tanta como se cree, ¿por qué, entonces, esa tesis tiene tanta aceptación? Cabe la respuesta desengañada que daba Vifredo Pareto, de modo más general, a saber, las teorías científicas menos verosímiles son las que gozan de más aceptación popular. El caso eminente es la teoría de la conspiración, de la cual se desgaja la creencia del poder manipulador de los medios. Se supone que detrás de los acontecimientos relevantes existe la "maldad organizada", unas mentes perversas que se proponen dominar las conductas colectivas. Lo hacen de la manera más sistemática, torcida y clandestina. Tanto es así que sólo los iniciados o los más perspicaces logran descubrir esos poderes ocultos. El hecho de que no sean fácilmente visibles refuerza la teoría de la conspiración.

La teoría de la conspiración presenta otro atractivo: unifica los enemigos en uno solo. En su día fue el Diablo. El equivalente es hoy el "complejo" que forman los Estados Unidos, las empresas multinacionales y los medios de comunicación. El Diablo era el objeto favorito de los predicadores de antaño porque significaba su más directo competidor. Con el Diablo por medio, enredándolo todo, el predicador se sentía libre de culpa por el poco éxito de sus prédicas en la conducta de sus feligreses. Hoy ocurre lo mismo con la gran conspiración de los poderes de la Tierra. Los nuevos predicadores laicos que son los teóricos de la comunicación y de materias afines se desesperan por su escasa capacidad de influir en el público lector o estudiantil. No van a reconocer sus limitaciones. Consuela mucho más el des- cubrimiento de un misterioso poder que es la suma de todos los demás. Se fabrica así un imponente enemigo, las fuerzas del mal organizadas.

La crítica que se puede hacer a los medios sobre su carácter trivial es también un lugar común hasta cierto punto opuesto a la tesis de la manipulación general. Algunos quisieran que los medios fueran más "educativos", lo mismo que los juguetes de los niños. Pero la vida no puede ser un falansterio pedagógico. Todos los juguetes y todos los programas de la televisión instruyen a su modo, aunque no se lo propongan. Habrá que dejar algún terreno para el esparcimiento, que es la función primordial de la cultura efímera que representan los medios. La lectura de periódicos o revistas y la atención dispensada a los programas de la radio o de la televisión funcionan más bien como premios por las obligaciones cotidianas.

La crítica respecto al carácter trivial de los medios se ceba con la publicidad, que es el rasgo común a casi todos los medios. Cierto es que la publicidad puede llegar a ser cansina y degradante. Ese efecto se debe sobre todo a la reiteración. También cansa el mismo postre todos los días. Gracias a la publicidad, se logra una fantástica economía de escala que abarata considerablemente la información y contribuye a darle la necesaria independencia. No sólo eso; la publicidad significa que millones de personas valoren el diseño, la creación original, la "firma" que hasta ahora asociábamos con las obras de arte un tanto exclusivas. Ese criterio se aplica ahora a los objetos cotidianos, lo que supone un notable incremento de eso que se llama, sin mucho fundamento a veces, calidad de vida.

La idolatría

Hay un lugar común que goza de gran respetabilidad. Es el axioma de "una imagen vale más que mil palabras". Naturalmente, "valer" en ese caso equivale no a coste, sino a efectividad. Pues bien, la afirmación no se sostiene. Cualquier observador puede comprobar que media hora de lectura de periódicos le informa mucho más que media hora de telediario. Una hora de una clase o conferencia transmite más ideas cuando el profesor o conferenciante no utiliza medios audiovisuales.. Las imágenes están, bien para entretener. Las imágenes pueden mejorar la comunicación cuando el objeto versa sobre objetos visuales, por ejemplo, una lección sobre la naturaleza, sobre anatomía o sobre arquitectura. Pero, de modo general, las imágenes transmiten menos información que las páginas escritas por unidad de tiempo. Se requiere, claro está, que la comparación se haga con una persona acostumbrada a leer. Si la imagen contara tanto como dicen, en detrimento de la palabra escrita, no se daría el fenómeno de la alta valoración que atribuye la sociedad a los escritores de oficio. Acaso por primera vez en la Historia de España, contamos hoy con un conjunto de cientos (si no de miles) de escritores que viven fundamentalmente de sus publicaciones. No son pocos los que mantienen ingresos superiores a la media de los otros profesionales.

Nadie discute el lugar central que ocupa la televisión para satisfacer la necesidad de estar informado, sea de política, economía, deportes o todo lo demás. Ahora bien, esa centralidad no significa que la imagen sea tan dominante como parece. En los espacios informativos de la televisión, cuando se quiere resaltar algo, se precisa el rótulo sobreimpreso sobre la imagen.

La aldea global

El lugar común más aceptado y falsario es el de la "aldea global". Es otro ejemplo de la fascinación que logran los adjetivos terminados en -al. En este caso, la expresión es sobremanera ambigua. Si se quiere decir que la técnica permite hoy comunicarse entre los habitantes que residen en distintos países, alejados entre sí, el hecho es tonto de puro evidente. Si se presume que la mayor parte de los habitantes de la Tierra utilizan esa posibilidad de comunicarse entre sí, la realidad es que están muy lejos de hacerlo. Si se supone que a los habitantes de un país les interesa mucho la vida de los de países lejanos, la verdad es la contraria: reina la general indiferencia. Si se quiere decir que "el mundo se nos ha quedado chico" porque los transportes y las comunicaciones son hoy más asequibles que nunca, estamos ante otra obviedad. Lo fundamental es el escaso uso que se hace de esa mayor disponibilidad de los transportes y las comunicaciones. Por ejemplo, dentro de un país como España nunca ha sido más barato el precio de recorrer un kilómetro (como en tantos otros países). Ahora bien, el hecho es que los cambios de residencia de provincia a provincia son ahora los mínimos de todo el siglo xx. Seguramente los alumnos y profesores de las universidades de Salamanca recorren hoy menos kilómetros que sus antecesores del siglo XVI. Y eso que las universidades salmantinas son hoy las más cosmopolitas de todas las españolas. La verdad es que podría dominar el cosmopolitismo (eso es lo que significa "universidad"), pero se impone lo contrario: el localismo. De hecho, las universidades españolas tienen hoy menos estudiantes extranjeros que hace cuarenta años en proporción a la matrícula total. No sólo eso; cuentan con una proporción menor de estudiantes y profesores venidos de fuera de la región donde se asienta la universidad respectiva. Este mundo nuestro es más provinciano de lo que se presume. De otra forma no se explicaría el mantenimiento, y hasta el auge, de los nacionalismos. Por cierto, es una especie que se adapta muy bien al clima universitario.

Asombra que sobre la realidad de los medios sobrevuelen tantas ideas engañosas. Durante siglos también fue un lugar común que el Sol y los demás astros giraban en tomo a la Tierra. En el asunto de los medios las ideas equivocadas son las que más se repiten. Recurren a ellas las máximas autoridades en la materia. póngalas en duda el estudiante si desea andar el camino del razonamiento científico. La ciencia no es tanto la búsqueda de la verdad como la reducción del margen de error. Las ciencias de la comunicación todavía no han encontrado a su Copérnico.
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