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CRÓNICAS COSMOPOLITAS

¡Con censuras a otra parte!

La libertad de expresión tiene serios inconvenientes, porque permite que se expresen idiotas, como Josep Ramoneda o Miguel Ángel Aguilar, y enemigos de la libertad, como Santiago Carrillo, Javier Pradera o Gema Martín Muñoz. Ésta, en otras circunstancias, estaría encarcelada por apología del terrorismo. Pero la censura es infinitamente peor, y me basta recordar los casi ochenta años de férrea censura comunista en la URSS para seguir convencido de ello.

La libertad de expresión tiene serios inconvenientes, porque permite que se expresen idiotas, como Josep Ramoneda o Miguel Ángel Aguilar, y enemigos de la libertad, como Santiago Carrillo, Javier Pradera o Gema Martín Muñoz. Ésta, en otras circunstancias, estaría encarcelada por apología del terrorismo. Pero la censura es infinitamente peor, y me basta recordar los casi ochenta años de férrea censura comunista en la URSS para seguir convencido de ello.
Pues resulta que la censura vuelve insidiosamente y por doquier, enmascarada con la defensa de los derechos humanos. Vivimos tiempos curiosos, en los que se autoriza a parejas de lesbianas y maricas robar legalmente a hijos, ya que la naturaleza les prohíbe tenerlos juntos, y al mismo tiempo se incrementa la represión contra los inocentes fumadores. Extraña yunta con el buey Permisividad y la mula Mano Dura.
 
Estas perogrulladas me vienen a la mente con motivo del derroche de majaderías inquisitoriales que se han manifestado en torno al caso de las "viñetas de Mahoma", desde luego, pero en este contexto general me gustaría hablar del considerable e inquietante aumento de las leyes que prohíben tal o cual opinión. Por ejemplo, hace unos días un tribunal austriaco ha condenado al británico David Irving a tres años de cárcel por sus escritos negacionistas de la Shoá, el genocidio de los judíos por los nazis. El jurado no ha creído a Irving cuando intentó justificarse declarando que eso lo escribió hace 17 años y que había cambiado de opinión, que hoy reconocía todo lo que había negando antaño, y le condenó.
 
Creo haber demostrado suficientemente mis simpatías por Israel y mi odio del antisemitismo, y sin embargo debo reconocer que ese y otros juicios semejantes no me satisfacen. A principios de los años 80 el profesor Robert Faurisson se hizo relativamente famoso, en Francia, con esas mismas tesis calificadas de "negacionistas", y recuerdo que lo que más me extrañó entonces fue la facilidad con que los medios y las gentes aceptaban y difundían su "impresionante documentación" sobre la "gigantesca estafa judía de la Shoá", que jamás había existido; estafa que beneficiaba "al maldito Israel a expensas del pobre pueblo alemán".
 
Robert Faurisson.Se dio el caso de que Jacques Baynac, escritor de izquierda bastante extrema, se indignó, redactó un texto furibundo contra Faurisson, lo sometió a la firma de una pandilla de amigos, entre los que me contaba, e intentó publicarlo. No lo logró. Tenía amigos en Libération y les dio la lata, sin resultado. Decidimos entonces formar una comitiva para ir a cantarle las cuarenta a Serge July, eterno director del diario, pero éste escurrió el bulto y envió en su lugar a uno de sus adjuntos, creo que fue Penninou, el cual, de entrada, nos soltó que Faurisson no era "un antisemita", y que además "presentaba una documentación impresionante".
 
Se armó cierto jaleo y, para evitar escándalos mayores, Libération publicó nuestro texto al día siguiente. Hay que recordar que ese periódico, aunque mucho menos maoísta en esa época que en sus comienzos, aún lo era, y los maoístas fueron antisemitas, como consecuencia lógica de su militantismo antisionista y propalestino.
 
Y aquí reside el meollo de la cuestión. Yo no reniego en absoluto de haber protestado contra las tesis nauseabundas de Faurrisson, ni de haber impuesto a July la publicación de nuestro texto: todo ello forma parte de la libertad de expresión, que también es una lucha; lo que no me convencía entonces, y hoy muchísimo menos, son los argumentos empleados por Baynac, que, resumiendo, equiparaban todo antisemitismo al nazismo.
 
Esto no debía molestar demasiado a Faurisson, ya que exculpando al nazismo de uno de sus principales crímenes –no el único–, el exterminio de judíos, le convertía en algo infinitamente menos monstruoso de lo que fue. En cambio indignaba a sus discípulos, seguidores, partidarios y cómplices, quienes en su inmensa mayoría eran de extrema izquierda, maoístas, anarquistas, trotskistas, tercermundistas y demás ralea, que eran antisemitas con la coartada del apoyo a la heroica lucha del pueblo palestino contra el imperialismo y el sionismo, para los cuales toda asimilación con el nazismo constituía un gravísimo insulto, y lo demostraron dando una traicionera paliza a Baynac, que había sido amigo de muchos de ellos y comulgaba con parecidas ruedas de molino, pero no con el antisemitismo.
 
Releía estos días antiguos ejemplares de mi entrañable La Ilustración Liberal, y me topé con una frase que había subrayado en un artículo de José Ignacio García Noriega: 'El Baroja liberal' (nº 3): "Decía Sartre que donde hay un antisemita, hay un fascista, opinión que yo también comparto" (pág. 159). Pues es una chorrada, don José Ignacio, con todo respeto; además, siempre es peligroso citar a Sartre en temas políticos, porque fue un desastre. El antisemitismo existía muchísimo antes de que naciera Hitler (que se lo pregunten a los cosacos del Don, pongamos), y subsiste y hasta prolifera bastante después de su suicidio. Equiparar antisemitismo a fascismo (yo diría "nazismo": el fascismo lo fue infinitamente menos) sería no tener para nada en cuenta el añejo antisemitismo de izquierdas, empezando por su padre fundador, Carlos Marx, y difícilmente podría tildarse a éste de nazi o fascista.
 
Karl Marx.Pues Marx, en su libro La cuestión judía, tiene frases como ésta: "Advertimos que detrás de cada tirano se esconde un judío", y otras afirmaciones que estarían, hoy, condenadas por los (o ciertos) tribunales. Asimismo, Bakunin escribió que Marx era doblemente autócrata, ya que era alemán y además judío. Dos delitos en una frase: xenofobia y antisemitismo. Y volviendo a Sartre, en su propia "cuestión judía" (Reflexiones sobre la cuestión judía) afirma tranquilamente que "apenas existe antisemitismo entre los obreros". Se nota que jamás conoció a un obrero, porque el antisemitismo popular supera el entendimiento.
 
El problema es el siguiente: estamos enfrentados a una nueva explosión de antisemitismo, con la peculiaridad de que esta pandemia es esencialmente de izquierdas, y sobre todo de extrema izquierda. Asistimos, atolondrados, a la expresión de un abrumadora propaganda según la cual la "victoria electoral" de Hamas constituye el albor de la democracia en Palestina; cualquier crítica, reserva, polémica o caricatura del Islam constituyen opiniones de extrema derecha, racistas y xenófobas, y el apoyo a Israel, algo claramente fascista; sin citar las demás manifestaciones reaccionarias, inspiradas por el antisemitismo, el miedo al terrorismo islámico y los intereses petroleros, de sobra conocidos y que combatimos a diario.
 
¿Pueden unas leyes basadas en la censura pura y dura detener esa ofensiva? No lo creo, y la experiencia demuestra lo contrario. Ninguna ley, ningún tribunal condena el antisionismo, al revés, pero hay leyes que condenan el antisemitismo, el "negacionismo" y la apología del nazismo. De acuerdo con esas leyes, en Francia se condenó varias veces a Faurisson y a sus guardaespaldas de extrema izquierda, como Pierre Guillaume y Serge Thion, con el único resultado de hacerles infinitamente más famosos de lo que lo hubieran sido sin la ley de por medio, y sin que se detuviera un segundo el auge del antisemitismo, con algún asesinato de judíos como guinda pestilente de ese pastel podrido.
 
Ahora hay una ley contra la homofobia, o sea "en defensa" de los homosexuales, a quienes sigo calificando como maricas y tortilleras, no porque les desprecie, sino, sencillamente, porque está prohibido. Se nos está preparando una ley contra la islamofobia, la más importante de todas, que permitirá quemar el libro de Campillo y encarcelar, y a ser posible lapidar, a Oriana Fallaci y a la admirable Ayaan Hirsi Alí, disidente del Islam.
 
Mañana habrá una ley prohibiendo la enanofobia, la cojofobia, la ciegofobia, etcétera. Se prohibirá la pintura figurativa, como recordar las torturas masivas en Irak durante la tiranía de Sadam Husein, se entiende. Y son sólo algunos ejemplos, sin necesidad de recordar el terrorismo etarra o el irredentismo catalán, por culpa del PP. ¡Porca miseria!
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