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FIGURAS DE PAPEL

Churchill, el estadista del siglo XX

Roy Jenkins, fallecido recientemente, es una de las figuras más interesantes de la política británica del último medio siglo. Aunque él mismo sostenga que no hay grandes informaciones ocultas que sacar a la luz sobre Churchill, su biografía es, simplemente, ineludible.

Jenkins estuvo durante toda su vida admirablemente informado de cuanto ocurría en el mundo político. Fue ministro de Hacienda y del Interior, y presidente de la Comisión Europea y de la Royal Society of Literature. Saboreaba con igual deleite la política, la historia y la cultura. Su biografía de Winston Churchill es una obra monumental, digámoslo desde ya. He leído con vivo y constante interés este enorme trabajo (de más de mil páginas) sobre quien fuera, acaso, el hombre más grande del siglo XX, sobre el mundo que lo rodeaba, el universo político donde se movía como pez en el agua y, de manera especial, recortado sobre el vasto marco de la Segunda Guerra Mundial, cuando tuvo un rol sobresaliente. Ello, sin olvidar su rica obra escrita (recordemos que fue Premio Nobel de literatura), sus fenomenales discursos (en especial los de 1940) y el poderoso personaje que fue elaborando, con sus puros, su “V” de la victoria, su afición a la pintura y, sobre todas las cosas, su devoción por tutelar el destino inglés.

Ciertamente, había tela para mucho. Más aún cuando quien lo analiza de manera tan sensible y accesible, elaborando un retrato serio y elegante sobre el gran estadista inglés, es una biógrafo con una amplitud de conocimientos impresionante, autor de un modélico libro sobre Gladstone. Churchill fue, observa Jenkins, “un personaje demasiado idiosincrático e imprevisible y con demasiadas facetas, como para dejarse encorsetar por las circunstancias de su nacimiento”. Era de origen aristocrático; ducal, para ser exacto. La herencia Malborough no gozaba de gran estima, de la misma manera que carecía de antecedentes de servicio público y de opulencia estable. En cuanto a la relación con su madre, fue débil; y con su padre, aún más inexistente y triste. No fue un alumno especialmente destacado, aunque tampoco fue tan acusada su falta de calidad académica como se ha comentado. No era un clasicista natural. Pero sabía de memoria versos de Shakespeare, de Pope y todo ello confluía en la Biblia, nutriendo así una elocuencia fenomenal, a la que debemos algunos de los más sonados discursos en la historia de la lengua inglesa.

Jenkins evoca la grandeza y debilidades de un icono de la historia moderna. Su rápido ingreso en la política, su larga carrera, donde llegó a serlo todo, y especialmente su gloria debida a su actuación en la II Guerra Mundial, donde se muestra como un estadista sin par, llegado en el momento justo, con el empuje esencial para la resistencia y la victoria. También evalúa la destacada obra literaria de Churchill, así como abunda en detalles familiares y personales. Y es muy claro en sus análisis de la dinámica interna de los partidos políticos durante el siglo pasado. El biógrafo lo vivió todo desde dentro; y conoció a su biografiado. Por ello dice, bellamente: “Yo era consciente de que era testigo de algo único, pero también remoto e imprevisible. Era como estar contemplando un gran paisaje montañoso, que en ocasiones podía estar iluminado por una luz inolvidable, pero sobre el que también podía descender una nube amenazadora, desde la terraza de un modesto hotel y a una distancia prudente”.

De esta manera ha escrito este libro que es esencial para entender a Churchill y su época. Así como su leyenda, donde el personaje muere, pero el héroe sigue viviendo.

Roy Jenkins, Churchill, Peninsula, Barcelona, 2002.
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