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CRÓNICAS COSMOPOLITAS

Chubascos de primavera

No entiendo cómo se puede aprobar la Ley de Memoria Histórica sin condenar al Rey. Esa ley condena sin matices ni reservas el Franquismo, con mayúsculas –o la Dictadura, como prefieren decir algunos–, para exaltar, sin matices ni reservas, la leyenda embustera del heroísmo de la izquierda, dejando fuera del pleito, del patio y del juicio a Don Juan Carlos, que es el más franquista de todos los españoles. Porque fue Franco, y sólo él, quien decidió designar al entonces Príncipe su heredero.

No entiendo cómo se puede aprobar la Ley de Memoria Histórica sin condenar al Rey. Esa ley condena sin matices ni reservas el Franquismo, con mayúsculas –o la Dictadura, como prefieren decir algunos–, para exaltar, sin matices ni reservas, la leyenda embustera del heroísmo de la izquierda, dejando fuera del pleito, del patio y del juicio a Don Juan Carlos, que es el más franquista de todos los españoles. Porque fue Franco, y sólo él, quien decidió designar al entonces Príncipe su heredero.
Franco y Don Juan Carlos, en el Palacio de Oriente.
Si todo lo que hizo Franco fue monstruoso, ¿por qué no habría de serlo que designara un heredero y que los demás lo aceptaran, como si todo el mundo fuera franquista?
 
Tengo ciertas reservas en cuanto a la actitud política del Rey en estos últimos años, pero no le critico por haber aceptado la Corona de manos de Franco. Lo que critico es la Ley de Memoria Histórica, bazofia progre, pseudoantifranquista, que ni siquiera tiene en cuenta esta paradoja: el más institucionalmente franquista de los españoles, el Rey, es "el hombre de Franco". Por lo tanto, condenar al franquismo es condenar al Rey. Lo cual a mí no me plantearía el menor problema, pues ni fui franquista ni soy monárquico; pero ¿y a Zapatero?
 
Estas reflexiones se me ocurrieron al ver una foto en la que se veía a los Reyes, a Zapatero y a algunos ministros, entre ellos el petit caporal de la cultura, César Antonio Molina, en una ocasión pacífica, algo así como un premio literario. Pensé entonces comentar de nuevo las incoherencias de la memoria histórica y las sandeces de la ciudadanía; pero en esto que María San Gil entró por la ventana, ¡bienvenida!, rompiendo todos los cristales, y claro, la actualidad se impuso, como tantas otras veces.
 
Hablaré, en primer lugar, del arresto de cuatro capos mafiosos de ETA en Burdeos, lo cual todo el mundo celebra, y yo también. Pero no todo el mundo insiste en el cambio radical de actitud de las autoridades francesas en relación con ETA a partir del momento en que Zapatero acordó secretamente regalar a los terroristas tres departamentos franceses (y Navarra), para satisfacer el delirio nacionalista del Gran País Vasco. De eso ni hablar, respondieron Sarkozy –ya desde sus tiempos de ministro del Interior– y el Elíseo.
 
Ya había escrito algo sobre la crisis del PP, y pensaba volver sobre el tema uno de estos días, pero resulta que María San Gil, con su portazo, me obliga –nos obliga– a no demorar un segundo el comentario.
 
María San Gil.María San Gil es una mujer admirable, valiente a más no poder, inteligente, enérgica, y además guapa (lo cual, en política, no tiene la menor importancia: es sólo el cumplido de un viejo verde), y su portazo tiene un sentido político profundo, porque tiene razón. No se trata de un capricho, de un cabreo, de que esté enfadada o no con Rajoy; se trata de cuestiones de fondo. Con otras palabras, acaso porque se trata del Presidente de Honor del PP, José María Aznar dice lo mismo. Y muy bien dicho. Si se leen o se escuchan las declaraciones recientes de Rajoy, las de su nuevo payaso Lassalle, y no hablemos las del sociata Ruiz-Gallardón, y las contrastamos con lo que dicen María San Gil, Esperanza Aguirre y José María Aznar, pareciera que no se trata del mismo partido, o, en todo caso, que el PP está profundamente dividido.
 
Yo no tengo –al menos desde hace siglos– una visión leninista-militarista de los partidos, y que en su seno se expresen opiniones diferentes, se debata y haya disputas me parece sano y democrático. Pero lo que está ocurriendo en el PP supera con creces todo esto. Aznar tiene razón al denunciar el tacticismo, y lo que dice el sector flojo del PP, que, muy escuetamente, viene a consistir en lo siguiente: puesto que el PSOE, diciendo y haciendo esas peligrosas sandeces, gana las elecciones, las próximas las ganaremos nosotros... siempre y cuando digamos lo mismo o algo parecido; esto que dicen los flojos, decía, no sólo es del género imbécil, sino suicida. ¿Para qué votar al PP, si es lo mismo, o peor, que el PSOE?
 
España es, sin lugar a dudas, el tema central de esta crisis en el PP; España que se rompe, se divide, se enfrenta. Y, para imitar al PSOE, Ruiz-Gallardón propone un entendimiento con los nacionalismos periféricos, cosa que rechazan varios dirigentes del PSOE, como se ha visto a cuenta de la financiación de las autonomías (sobre todo de Cataluña). Pues resulta que estos sociatas, en lo relacionado con la solidaridad nacional y la idea de una España igual para todos, son más progresistas y sensatos que el alcalde de Madrid, del que me dicen es del PP: será un infundio.
 
Dicho sea de paso, pero con tristeza: no conozco exactamente qué parte de responsabilidad cabe atribuir al Gobierno y cuál a la Generalidad, pero lo cierto es que cuanta más autonomía se concede a Cataluña, con su nuevo estatuto, más catástrofes se producen en aquellas tierras: se hunden casas, se colapsa el aeropuerto del Prat, los trenes de cercanías se vuelven locos y, por primera vez desde que existe, Barcelona carece de agua.
 
En cuanto al País Vasco, es aún peor, debido al terrorismo etarra y a sus numerosos aliados nacionalistas. Eso no lo dice sólo Maria San Gil: lo dice Rosa Díez, lo dice Fernando Savater, lo dicen todos, salvo Ruiz-Gallardón, quien, como Obama, opina que charlando con el enemigo, café-copa-y-puro, todo se arregla.
 
Estaremos bien atentos al Congreso del PP, haciéndonos ilusiones en cuanto a la oposición a Rajoy, cada vez más consecuente e inteligente. Yo, desde mi atalaya parisiense y desde fuera del PP, considero, sin embargo, que ha llegado la hora de que Aznar asuma sus responsabilidades y cumpla con su deber. Pero no me toca decidir cómo y cuándo. Es cosa suya.
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