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REVELACIONES DE RICHARD WURMBRAND

Carlos Marx y Satanás

Mientras el padre Llanos, Gustavo Gutiérrez –reciente Premio Príncipe de Asturias-Santillana–, Ignacio Ellacuría o Frei Betto malgastaron y malgastan su sacerdocio en descubrir los puntos de conexión entre el mensaje de puro amor de Jesucristo y la doctrina marxista (fundada sobre el odio, el engaño y la aniquilación de segmentos enteros de la sociedad), Richard Wurmbrand, un sacerdote rumano, se ocupaba con algo bastante más razonable: investigar los vínculos de Marx con el satanismo. Lo que descubrió quedó resumido en su libro Marx and Satan.

Robert Payne, en su biografía del autor de Das Kapital, había sacado ya a la luz algunos alucinantes textos del joven Marx como Oulanem o El Violinista. La inquietante novedad de la tesis del libro de Wurmbrand fue descubrir que probablemente Marx jamás abandonó sus lazos con el satanismo.
 
No sólo Wurmbrand es de esa idea. El insigne economista e historiador de las ideas Murray Rothbard (Historia del Pensamiento Económico, vol. II) incluye a Marx dentro de la tradición gnóstica: Marx creía tener poder para descubrir el mensaje escondido que contiene las intenciones del Destino. Algo que en la tradición gnóstica sólo las mentes iluminadas serían capaces de descifrar. Existe un conocido vínculo entre las tradiciones gnósticas y ocultistas. Aleister Crowley, el más famoso nigromante satánico del siglo XX, definía en Magic Theory and Practice el ocultismo como “el arte de causar que el cambio ocurra conforme a la voluntad” o dicho más llanamente el poder de controlar mentes y sucesos ajenos por la intención.
 
Es difícil saber si Marx alcanzó tal grado de megalomanía o si siquiera estaba familiarizado con esa idea. Lo que sí sabemos es que siendo joven escribió un poema titulado El Violinista en el que parece ya estar al corriente de algunos de los rituales satánicos:
 
Mira esta espada: me la vendió el Príncipe de las Tinieblas,
porque él marca el tiempo y traza los signos.
Con furia creciente toco la danza de la muerte...
 
Wurmbrand concede especial significado a estos versos. En los rituales de los adeptos más implicados en el culto satánico, el candidato compra una espada hechizada que garantiza éxitos, firmando a cambio y con sangre propia, un contrato por el que se entrega el alma al diablo después de la muerte.
 
Y en su tragedia Oulanem, que literalmente significa Anticristo (las letras de Manuelo –el Salvador, el Cristo– puestas en orden inverso) Marx habla por voz de su protagonista:
 
¡Destruido! ¡Destruido! ¡Mi tiempo ha terminado!
Pronto estrecharé a la eternidad en mis brazos y pronto proferiré gigantescas maldiciones contra la humanidad. ¡Ah! ¡La eternidad! Es nuestro eterno dolor, indescriptible e inconmensurable muerte, vil artificialidad para burlarnos a nosotros (...)
 
Ahora aparece un hombre, dos piernas y un corazón, con poder para pronunciar maldiciones vivas. ¡Ah, tengo que atarme a una rueda de llamas y bailar gozoso en el círculo de la eternidad! Si existe Algo que devora, saltaré a su interior, aunque destruya el mundo...
 
Destrozaré con permanentes maldiciones, el Mundo que se interpone entre mí y el Abismo. Rodearé con mis brazos su dura realidad: Al abrazarme, el mundo morirá sin un quejido, y se hundirá en la nada más absoluta. Muerto, sin existencia... ¡eso sería realmente vivir!(...)
 
Nosotros somos los simios de un Dios indiferente. Y no obstante mantenemos muy cálida a la víbora con absurdo esfuerzo, en el abierto regazo del amor, que trata de alcanzar la Imagen Universal ¡y se ríe de nosotros desde las alturas!”
 
Marx tenía 18 años cuando escribió estos versos. ¿Fueron sólo un desvarío de juventud? Las pruebas que siguen aportando Wurmbrand y Payne parecen contradecir tal hipótesis. Poco tiempo después escribe:
 
“He perdido el cielo,
ahora con seguridad.
Mi alma una vez fiel a Dios
ahora va seguramente directa al infierno”
 
Marx no tardaría en saltar de las palabras a la acción. Introducido al socialismo por su mentor Moisés Gess en 1841, se implica rápidamente en actividades subversivas y terroristas combinando la pluma con las bombas. Pocos campos mejores que este para luchar contra Dios pudo pensar el joven Marx. El propio Gess debió advertirlo al escribir en una carta a un tal B. Auerbasch en 1841: “Marx es probablemente el más grande filósofo de la actualidad. El Dr. Marx es todavía muy joven (24 años); propinará el golpe definitivo a la religión y a la filosofía tradicionales...”
 
Pero, ¿vendió realmente Marx su alma a Lucifer a cambio del poder para transformar el Mundo y llevarlo hasta el mismísimo abismo? Parece ser que al menos, eso es lo que él creía. Su hija Eleanora Marx (El Moro y el General-Memorias de Marx y Engels) relata que siendo niños, su padre les contaba recurrentemente el cuento de un tal Hans Rekle. Una historia que se prolongaba interminablemente durante meses y parecía no tener final. Hans Rekle era un mago, propietario de una tienda de juguetes, cargado de deudas. Pese a ser un mago andaba constantemente necesitado de dinero. Tanto que se veía obligado a ir vendiendo sus preciosos juguetes, uno por uno, al diablo. Eleanora cuenta que eran historias tan terribles y realistas que a menudo ponían la piel de gallina.
 
En “El desconocido Karl Marx”, Robert Payne escribe que es prácticamente imposible no ver en Hans Rekle al propio Marx. Basta con sustituir los juguetes del mago Rekle por los niños de Marx para que todo se entienda. Así describía su mujer Jenny la muerte de sus hijos Edgar y Franziska: “Mi pobre pequeño Edgar saltó a mi encuentro con su carita alegra. No disfrutaría mucho de sus caricias. En noviembre (de 1850), el pobre niño sufrió de convulsiones causadas por una inflamación pulmonar.. Mi dolor fue enorme. Era el primer hijo que perdía. No me imaginaba entonces las otras penas que me esperaban y que harían insignificantes todas las penas pasadas” (...) “En pascua de 1852, nuestra pobre Franziska cayó enferma aquejada de una grave bronquitis. Durante tres días la criatura lucho con la muerte. Sufrió mucho. Su pequeño cuerpo descansaba en la habitación trasera; todos nos fuimos a la habitación de delante y cuando anocheció colocamos nuestros colchones en el suelo, con los tres niños a nuestro lado y todos lloramos por el pequeños ángel que yacía sin vida allí al lado. La muerte de nuestra hija ocurrió en nuestra época de mayor pobreza".
 
Por otra parte Arnold Kunzli en su libro “La psicografía de Marx” explica la culpabilidad del ideólogo de Tréveris en el suicidio de dos de sus hijas y uno de sus cuñados. Eso aparte de que otra de sus hijas, Laura, tras enterrar a sus tres hijos se quitó la vida junto a su marido.
 
Marx jamás desempeñó trabajo fijo remunerado alguno. Eligió la vida de revolucionario profesional. Se dedicó, primero a la subversión terrorista, y después a la propaganda y el activismo político en favor del comunismo y el ateísmo. Poco le costaría comprender que sus “hijos-juguetes” criados entre la pobreza y el desvarío estaban siendo la moneda de cambio de su compromiso con la destrucción.
 
En 1841 Moisés Gess había escrito de Marx que él iba a ser quien propinará el golpe definitivo a la filosofía y la religión tradicionales. Algo después, Heinrich Heine, que había coqueteado con el comunismo durante unos meses (tiempo suficiente para conocer bien a Marx y a otros exiliados alemanes en París), describía a los comunistas como “una multitud de dioses ateos y autodesignados” y auguraba: “El futuro huele a cuero, sangre, ateísmo y muchos azotes. Yo aconsejaría a nuestros nietos que nacieran con una gruesa epidermis bajo la espalda”
 
Si de joven Marx se dedicaba a bramar maldiciones contra el mundo, de adulto lo encontramos metido en faena. En marzo de 1850 redacta junto con Engels un documento titulado “Plan de acción contra la democracia” en el que esboza un programa revolucionario de terrorismo, incitando al asesinato de las cabezas coronadas, la destrucción de monumentos públicos y una alianza entre el proletariado y la pequeña burguesía que más tarde sería eliminada por el proletariado.
 
Poco después Marx, Engels, von Willich, G.J. Harney y Adam Vidil firman un acuerdo para formar una Sociedad Universal que tome el poder en los Estados alemanes, Gran Bretaña y Francia. Robert Payne aporta en su libro un informe de un confidente policial que asiste a las reuniones del grupo y que viene a confirmarnos las inclinaciones reales del propia Marx: “La sociedad B es la más violenta. En su seno se enseña y discute formalmente el asesinato de príncipes. En una reunión celebrada anteayer y que fue presidida por Wolf y por Marx oí gritar a uno de los oradores ‘La estúpida inglesa tampoco escapará a su destino. Las mercancías de acero inglesas son las mejores, aquí las hachas se afilan especialmente bien y la guillotina espera a las cabezas coronadas’ (...) Se fijó el mes de mayo o junio para dar el golpe principal en París”. Las prácticas terroristas quedan todavía más claras a continuación: “La gran asociación comunista Bund (Liga) se extiende por gran parte de Europa. Marx, Wolf y Engels son los jefes para Prusia. Este Bund dirige en Prusia unas trescientas sociedades de trabajadores en cada una de las cuales no más de una décima parte son miembros del Bund. (...) Otra característica notable es la disposición de que cuando algún miembro de las sociedades ha de comparecer ante un tribunal de justicia se espera de todos los miembros de su sociedad cometan perjurio y declaren su inocencia. De este modo, dice la carta, fue absuelto el individuo que atentó el año pasado en el Rin contra la vida del rey de Prusia y que recibía instrucciones de París y Colonia.”
 
Sabido es que cuando el movimiento se diluye, Marx se lanza a elaborar una torpe coartada teórica que dé cierto barniz científico a la subversión. No sólo eso. También por entonces redacta la famosa frase. “La religión es el opio del pueblo” que con el correr del tiempo y la repetición incesante de sus propagandistas, acabaría por convertirse en el más grande tabú que jamás ha existido para alejar al hombre de su innata inclinación religiosa. ¿Casualidad? Eso podríamos pensar si al menos Marx hubiese sido consistente en ese punto. Sin embargo, Wurmbrand aporta un testimonio final asombroso. El del Capitán Reese, un discípulo de Marx que al conocer la muerte de su maestro fue a Londres a visitar la casa donde éste había vivido. Al llegar a Londres, la familia Marx ya había abandonado el edificio, así que el capitán sólo fue capaz de hablar con la sirvienta que vivió en el mismo edificio: “Marx estaba aterrado con Dios. Durante su grave enfermedad solía rezar sólo en su habitación frente a unas velas encendidas y con una especie de cinta alrededor de su cabeza”. Wurmbrand considera que aunque tales cintas pueden recordar a las filacterias judías, dado que los judíos no rezan ante las velas y que Marx era un autodeclarado ateo, es más que probable que los amuletos tuviesen algo que ver con ritos ocultistas. Un indicio más de que pudo existir una agenda oculta en la vida de Karl Marx. La incógnita sigue sin despejarse.
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