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CÓMICOS

Borat y el antisemitismo europeo

"Borat" es muchas cosas: un desternillante triunfo de la escatología y el humor negro, una fábrica de dinero a espuertas y una franquicia en ciernes; lo peor que le ha ocurrido a Kazajstán desde las hordas Mongolas y, como señala astutamente el columnista David Brooks, una muestra supina de snobismo elitista evidenciado en la humillación de un paleto engañado. Pero es una cosa más, algo a lo que aludía Brooks de pasada pero que exige una vuelta al menos: la muestra, no pretendida, de la penosa actitud de muchos progresistas judíos hacia los cristianos americanos de clase media; los evangélicos en especial.

"Borat" es muchas cosas: un desternillante triunfo de la escatología y el humor negro, una fábrica de dinero a espuertas y una franquicia en ciernes; lo peor que le ha ocurrido a Kazajstán desde las hordas Mongolas y, como señala astutamente el columnista David Brooks, una muestra supina de snobismo elitista evidenciado en la humillación de un paleto engañado. Pero es una cosa más, algo a lo que aludía Brooks de pasada pero que exige una vuelta al menos: la muestra, no pretendida, de la penosa actitud de muchos progresistas judíos hacia los cristianos americanos de clase media; los evangélicos en especial.
Sacha Baron Cohen como Borat

Ya conoce la gracia. Borat recorre América haciendo comentarios antisemitas con el fin de suscitar una respuesta antisemita real. Y con los ánimos y el alcohol suficientes, obtiene éxito. En la más destacada de tales escenas (en "Da Ali G Show", donde nace el personaje), Borat canta "Tira al judío por el water" en un bar de Arizona mientras los palurdos locales se unen.

Sacha Baron Cohen, el creador de Borat, revelaba su intención en una entrevista personal que concedió a Rolling Stone, en parte para contrarrestar las acusaciones de que estaba promoviendo el antisemitismo. A primera vista esto sería extraño, teniendo en cuenta que el propio Cohen es un judío practicante. Su defensa es que utiliza el antisemitismo de Borat "como herramienta" para evidenciar el de otros. Y que su numerito del bar de Arizona evidenciaba, si no antisemitismo, sí "indiferencia" ante el antisemitismo. Y eso, sostiene, fue el camino al Holocausto.

Vaaaaaaaaya. ¿Realmente cree tamaña tontería? ¿Puede un hombre así de inteligente (Cambridge, adquisiciones bancarias y ahora brillante cineasta) estar seguro realmente de que la indiferencia ante el antisemitismo y el camino al Holocausto se van a encontrar en un bar country de tercera en Tucson? ¿De todos los bares de carretera de todas las ciudades de todo el mundo?

Con el antisemitismo renaciendo en Europa y campante en el mundo islámico; con Irán adquiriendo la herramienta de genocidio definitiva y proclamando sus intenciones de borrar del mapa a la comunidad judía más grande del mundo (Israel); con América y sus cristianos evangélicos en particular como la única audiencia gentil en todas partes dispuesta a defender ese acosado enclave judío, ¿de verdad es el corazón del continente americano el locus del antisemitismo? ¿Es éste el lugar primordial al que acudir a encontrarlo?

En Venezuela, Hugo Chávez dice que "los descendientes de los mismos crucificaron a Jesucristo" han "tomado posesión de todas las riquezas del mundo". Este mismo mes, Teherán albergaba un festival internacional de viñetas del Holocausto presentando suficientes narices de garfio y cuernos como para regalar a Goebbels una póstuma sonrisa. Por todo el mundo islámico, periódicos y televisiones, sermones y libros de texto, están llenos del antisemitismo más vil.

Baron Cohen podría haber encontrado lo que busca más cerca de casa. Después de todo, procede de Europa, donde las sinagogas son incendiadas y los cementerios profanados en un revival del antisemitismo (no indiferente, sino activo) nunca visto desde el Holocausto. Donde unos criminales franco africanos eligen a un judío para torturarle y darle muerte . Donde un importante intelectual noruego (¿et tu, Noruega?) ridiculiza "al pueblo elegido por Dios" ("nos reímos de lo impredecible de este pueblo y lloramos sus malas obras") y pide la destrucción de Israel, "el estado fundado... sobre las ruinas de una religión nacional arcaica y belicista".

Pero en mitad de esta creciente oscuridad, una cifra alarmante de progresistas judíos quedan atrapados en la noción de que la verdadera amenaza acecha en lo profundo de los corazones de los protestantes americanos, más específicamente los evangélicos del sur. Algunos temen que sus hijos vayan a ser convertidos; otros, que bajo la superficie se esconde un pogromo a la espera de estallar; otros más, que los evangélicos asuman el poder en Washington e implementen su propia ley sharia.

Todo esto es bastante demencial. Estados Unidos es el país más abierto, religiosamente tolerante y filo-semita del mundo. Ninguna nación desde la Persia de Ciro el Grande ha hecho más por los judíos. Y como recompensa, un judío itinerante que busca hacer reír la denuncia como latentemente antisemita y, nos asegura solemnemente, lleva “el camino al Holocausto”.

Mire. Harry Truman solía contar bromas humillantes de judíos. Richard Nixon decía cosas asquerosas acerca de los judíos en el gobierno y en todas partes. ¿A quién le importa? Truman y Nixon fueron los dos mayores amigos de los judíos en todo el período de posguerra: Truman les aseguró un refugio en el estado de Israel y Nixon les salvó de la extinción durante la Guerra del Yom Kippur. Ser un judío hoy es muy difícil, particularmente en la Europa de Baron Cohen, donde el ataque al judío es de nuevo aceptable. Pero es señal de la desorientación de un pueblo confundido y acosado que sea tan difícil distinguir a nuestros amigos de nuestros enemigos.

© 2006, The Washington Post Writers Group

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