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CASO KELLY

Blair y los nazis

La investigación judicial acerca de la muerte del David Kelly está siendo seguida con pasión por los ingleses. Como no se pueden filmar las sesiones, las televisiones transmiten versiones escenificadas con actores ejerciendo de principales protagonistas.

Como no pretenden dar una imagen del todo realista, recuerdan a las puestas en escena brechtianas de hace treinta años, de aquellas con las que se pretendía que los espectadores tomaran conciencia de sus contradicciones de clase. El actor que ha hecho de Tony Blair en Sky News resultaba fascinante. Imitaba con convicción esa pasión que Blair parece poner en todo lo que dice. Daba el tono y el acento justo. Y además el maquillador, con la ayuda de algunas canas y unos tonos pálidos, le había dado un poco de ese mal aspecto que Blair tiene últimamente.

Evidentemente, Blair lo está pasando mal. Los ingleses están asistiendo al espectáculo fascinante de ver por dentro el funcionamiento del gobierno. Es como la comisión de investigación de la Asamblea de Madrid —quiero decir hasta que el despotismo neoilustrado de Ruiz Gallardón censuró la transmisión—, pero en una dimensión infinitamente mayor. Como se sabe, incluso Blair se ha sometido a las preguntas del juez.

La aparición de Blair ante el juez y la revelación de lo que se dijo y escribió en los días previos a la guerra de Irak están poniendo en cuestión su credibilidad. Están debilitando su posición ante las iniciativas que quiere emprender para el futuro, muchas de ellas impopulares, como la incorporación de Gran Bretaña al euro, la subida de las tasas en las Universidades públicas y la reforma de los hospitales para que puedan recibir financiación privada (artículo de Marc Champion, The Wall Street Europe). E incluso le han obligado a una remodelación importante de su gabinete, con la dimisión de quien había sido su asesor de imagen y principal estratega, Alaister Campbell.

Es verdad que la investigación judicial está sacando a la luz cosas que cualquier gobierno preferiría mantener fuera del alcance del público. Y también ha demostrado el enorme poder de lo que antes hubiera sido considerado un simple publicista. Ahora sabemos que Campbell tenía una autoridad superior a la del propio ministro de Defensa. Las revelaciones sobre el papel de Campbell se añaden a los comentarios que suscitó en su día Peter Mandelston. Contribuyen a avivar una leyenda que hace de Blair un hombre rodeado de una camarilla de personajes oscuros, maquiavélicos y turbios, poco compatibles con lo que es exigible a un gobierno democrático moderno.

Además, los críticos de la política de Blair han encontrado en las revelaciones acerca del primer ministro un filón. Ahora resulta que la guerra de Irak estaba mal argumentada, y que en vez de centrarse en el intento de demostrar que Irak podía tener armas de destrucción masiva, Blair debía haber invocado principios morales para respaldar el derrocamiento del dictador terrorista. Éste es un argumento que ha sido utilizado, en tono moderadamente crítico, por los partidarios de la intervención para liberar a Irak de Sadam Husein. Ahora lo retoman quienes estaban en contra, como si pretendieran dar una lección de moral a Blair y a quienes hemos apoyado su política.

Pues bien, no. No aceptamos lecciones de moral. Y como no las aceptamos, vamos a revisar los argumentos. Lo primero es que la comisión de investigación se creó a petición de Blair, no de la BBC. Blair quería dar su testimonio ante el juez, aun sabiendo el coste que eso iba a suponer. La segunda se refiere a lo que ha ido saliendo a la luz hasta ahora, y, muy probablemente, a lo que saldrá a partir de ahora. Los ingleses se han enterado de cómo funciona por dentro una parte importante de Downing Street. Se han hecho públicos encargos, recaditos, emails y comentarios. Muchas cosas no son agradables. Pero en ningún momento se ha podido demostrar que el gobierno ingles presionara a nadie para que exagerara los datos sobre el armamento de Sadam Husein. Si alguien quería demostrar lo contrario, se ha equivocado. Es como la trama urbanística de Madrid. Simplemente, no existía.

En cuanto a la dimisión de Campbell y lo que ha salido a la luz acerca del funcionamiento interno del círculo más íntimo de Blair, hay que decir que la acusación de inconsistencia en la forma de encarar los problemas no es nueva. Al contrario. Blair ha estado sometido a esa crítica desde el principio, cuando los laboristas tradicionales y los conservadores se reían de él —no sin razones, por otra parte— cuando él y su equipo inventaron la famosa y al parecer extinta tercera vía. Pero otra cosa muy distinta es invocar los principios morales para decir ahora que esos principios deberían haber sido el principal argumento para justificar la intervención en Irak. Quienes afirman esto ahora fingen olvidar que la intervención en Irak estuvo y está amparada por varias resoluciones de la ONU, sistemáticamente incumplidas por Sadam Husein. Si el dictador terrorista hubiera permitido las inspecciones en las condiciones que la ONU exigía, jamás habría habido intervención. La cuestión no se refería a la abominable dictadura neonazi de Sadam Husein, sino a su incumplimiento de la legalidad internacional y a la consideración, respaldada por la ONU, de que ese incumplimiento era una amenaza real para la comunidad internacional.

Una última observación. Si la credibilidad de Blair está siendo seriamente puesta en cuestión por la investigación judicial, también lo está siendo la de la BBC. Todo el mundo lo reconoce: la BBC manipuló, tergiversó y utilizó arteramente la información que le había sido suministrada. Pero hay una diferencia entre Blair y la BBC de la que pocos hablan. Y es que en el equipo de Blair ya ha habido bajas. Blair ha intentado responder a las críticas y con la dimisión de Campbell ha asumido una parte de la responsabilidad. Todavía estamos esperando a que la BBC haga algo mínimamente parecido.

Pero en fin, como ha recordado la prensa inglesa estos días, tampoco se puede esperar mucho más de una emisora propalestina, que roza el antisemitismo en muchas de sus informaciones, que preconiza la antiglobalización (es decir, que da cobertura mediática al terrorismo internacional) y que preferiría ver a su gobierno, el mismo que le paga las facturas con dinero público, seguir la política de Chirac. Ya en los años treinta Churchill se quejaba de que la BBC, firme partidaria de Chamberlain y de su actitud de pacificación con Hitler, había amordazado sus esfuerzos por advertir la amenaza del régimen nazi. Estamos en lo mismo. ¿Por qué a cierta izquierda le tirarán tanto los nazis?

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