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CURIOSIDADES DE LA CIENCIA

Bioterrorismo científico

Sin duda alguna, la difusión y el acceso sin limitaciones a los progresos constituyen el motor principal de la cultura científica, salvo en la parcela de las compañías privadas y los proyectos de investigación militar.

La ciencia ha topado con la amenaza bioterrorista. Voces autorizadas de la administración estadounidense han manifestado su firme intención de que ciertas investigaciones punteras, sobre todo las relacionadas con avances en biotecnología, no se difundan libremente por los canales habituales de información para evitar que puedan caer en manos de los terroristas. De ponerse en marcha esta iniciativa, que desató un agrio debate entre biólogos, expertos en seguridad y representantes del Gobierno en una reciente reunión celebrada en la Academia Nacional de Ciencias, supondría un serio revés para la comunidad científica internacional.

La telaraña global Internet, que se creó a finales de los años sesenta como parte de un proyecto de defensa del Gobierno estadounidense y que dio lugar a la World Wide Web en 1989, contribuyó de forma espectacular a estrechar los vínculos entre científicos repartidos por todo el mundo. La secuenciación del genoma humano y su publicación en Internet fue el máximo exponente de cómo la colaboración entre laboratorios de todo el mundo hacía realidad una empresa condenada al fracaso por las mentes agoreras.

En una vuelta de tuerca contra la amenaza terrorista, el Gobierno estadounidense quiere que determinadas investigaciones comprometidas no se divulguen incluso en el círculo de la comunidad científica internacional, así como que el acceso a los resultados sea completamente restringido y controlado. En este sentido, John Marburger, que está al frente de la Oficina de Política Científica y Tecnológica (OSTP) de la Casa Blanca, ha manifestado que Bush no se opone a que la mayoría de los progresos científicos salgan a la luz sin censura, pero no dudaría en colocar el sello de top-secret a las investigaciones que pudieran de algún modo degenerar en el desarrollo de armas de destrucción masiva. Marburger cita como ejemplo cualquier avance que explique cómo hacer más letal a un patógeno o cómo facilitar su dispersión. El problema está en que muchas investigaciones en ciernes podrían encontrar aplicaciones destructivas. Sin ir más lejos, técnicas de administración y liberación de medicamentos, como sprays y pastillas, podrían emplearse en una ataque bioterrorista para esparcir una toxina; y los avances en terapia génica, donde se emplean virus para introducir genes específicos en el organismo del paciente, servirían a los terroristas para diseñar una arma vírica capaz de eliminar a un sector de la población con un perfil genético determinado.

La posibilidad de que esto ocurra no cae en el terreno de la ciencia ficción. Unos meses antes del 11 de septiembre, científicos australianos publicaron un informe donde describían cómo habían obtenido accidentalmente un supervirus que en lugar de esterilizar a los ratones, pues éste era el propósito, los mataba. ¿Esta misma información serviría para crear un supervirus que hiciera lo mismo en los humanos o en los cultivos? Y el año pasado, Eckard Wilmmer y su equipo de la Universidad de Nueva York consiguieron sintetizar desde cero el virus de la polio mediante el ensamblaje de secuencias de su material genético disponibles en Internet y solicitadas a través del correo electrónico. El agente viral sintético fue inoculado en un ratón, que enfermó y murió. El artículo, aparte de causar chiribitas en los ojos de alguna mente terrorista, ha sido el detonante de la polémica en la que andan metidos científicos y políticos. Tanto es así que el Gobierno estadounidense ya ha introducido limitaciones legales, como el USA Patriot Act, para restringir el acceso a ciertos agentes patógenos y determinar quién tiene permiso para investigar con ellos. También se han puesto en marcha acciones encaminadas a limitar el acceso a informaciones en principio desclasificadas, pero que pueden ser consideradas sensibles o delicadas. Precisamente, la ambigüedad de este adjetivo y la interpretación partidista que se puede hacer de él ha desatado las críticas de la comunidad científica. Ésta es al menos la opinión de Teitelbaum, presidente de la Federación de Sociedades Americanas para la Biología Experimental.

Pero la reacción del Gobierno de EEUU ante las críticas no ha sido otra que extremar su posición. Sin ir más lejos, el departamento de Defensa ha solicitado a sus científicos que remitan sus trabajos a un comité de supervisión antes de ser publicados. La censura planea sobre la cabeza de los científicos. ¿Una medida exagerada? Ian Ramshaw, el investigador australiano de la Universidad de Camberra que ha participado en el experimento para esterilizar al ratón, asegura que los resultados de esta investigación básica están a años luz de que puedan ser utilizados para crear una arma biológica. Para evitar esta remota posibilidad, algunos expertos proponen que sea la propia comunidad científica la que ponga los límites permitiendo, por ejemplo, que los consejos editoriales de las revistas eliminen de los textos científicos los párrafos “delicados”. Pero este sesgo no convence, ya que resta valor a la literatura científica y dificulta que los resultados de los ensayos puedan ser contrastados por otros colegas.

La solución no es fácil: impedir el acceso a la información científica a los científicos que trabajan para los intereses de los terroristas resulta harto complejo. Como dijo Robert Oppenheimer (1904-1967), “no debe haber barreras para la libertad de preguntar. No hay sitio para el dogma en la ciencia. El científico es libre y debe ser libre para hacer cualquier pregunta, para dudar de cualquier aseveración, para buscar cualquier evidencia, para corregir cualquier error”.

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