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UNA MALA NOTICIA PARA NEOMALTUSIANOS Y DEMÁS RALEA

¡Bienvenido, peque!

La mañana del martes 17, en alguna maternidad de alguna parte de los Estados Unidos, venía al mundo el americano número 300 millones. La criatura recibió una bienvenida apenas más cálida de la que recibiría Mark Foley si le diera por protagonizar la entrega de diplomas de un instituto cualquiera.

La mañana del martes 17, en alguna maternidad de alguna parte de los Estados Unidos, venía al mundo el americano número 300 millones. La criatura recibió una bienvenida apenas más cálida de la que recibiría Mark Foley si le diera por protagonizar la entrega de diplomas de un instituto cualquiera.
Uno podría haber predicho los consternados editoriales de la prensa europea, horrorizada por esta nueva incorporación a la nutridísima cohorte de sobreabundantes yanquis que devoran los cada vez más escasos recursos del planeta. En cuanto al National Post de Canadá, que anunciaba que el "alarmante incremento lleva a Estados Unidos a los 300 millones", su terror es comprensible: los millones de demócratas que dijeron que se irían al vecino del norte tras la reelección de Bush deben haber ejercido una increíble presión sobre las autopistas, las escuelas, los psicólogos y todos y cada uno de los servicios públicos canadienses.
 
Con todo, la criatura pudiera haber esperado una bienvenida más acogedora por parte de sus compatriotas. Pero qué va. "Parece que se saluda el número 300 millones más con un ambivalente apretón de manos producto de la ansiedad que con el orgullo propio de quienes sacan pecho", observaba el Washington Post, que se inclina por lo primero incluso en el mejor de los días. Tampoco sacan pecho en Vermont. "Instituciones como el Population Media Center de Shelburne conmemoran la cota de los 300 millones con renovadas advertencias sobre lo insostenible del crecimiento de la población mundial", informaba el Burlington Free Press. Por su parte, el sombrío Dowell Myers, profesor de demografía y planificación urbanística de la Universidad del Sur de California, advertía de que, con los susodichos 300 millones, "empezamos a ser aplastados por el peso de la degradación de nuestra propia calidad de vida".
 
En cambio, yo me alegré un montón del nacimiento de ese pequeñajo degradador de la calidad de vida. La víspera había publicado mi nuevo libro. Lo encontrará en todas las buenas librerías, escalando posiciones hacia los primeros estantes pero soportando el peso de los ejemplares no vendidos del Peace Mom (La Madre de la Paz) de Cindy Sheehan. El caso es que el libro –el mío, no el de Cindy– en parte trata de las implicaciones geopolíticas de la demografía, o sea, de las tasas de natalidad. Hablamos de un asunto donde es fácil ponerse seco y estadístico, así que debo darle las gracias a mi publicista: presentarlo como aperitivo del nacimiento del americano número 300 millones es casi el mejor reclamo que puedes tener, y bien vale los 75 pavos con que sobornó al tipo de la Oficina del Censo.
 
Pero aunque usted no tenga libro alguno que promocionar, la llegada del Nene de los Trescientos Millones es algo que todo el mundo debería celebrar.
 
Un paraje de Lake Tahoe (California).Así que, ¿por qué no lo celebramos? Pues porque todavía hay quien va por ahí vendiendo la moto de la "superpoblación", esa tontería que ha cumplido ya 40 añazos. ¿A qué se refiere el profesor Myers con lo de la "degradación de la calidad de vida"? En densidad de población, EEUU ocupa el puesto 172. Si usted es de los que piensa que esto está lleno, intente vivir en Holanda o en Bélgica, que cuentan con 1.015 y 883 habitantes por milla cuadrada, frente a nuestros 80 paisanos para el mismo área.
 
Ciertamente, algunos lugares, por ejemplo Newark (Nueva Jersey), son mucho menos bucólicos ahora que en 1798. ¿Por qué? Sin duda, Myers diría que por la expansión urbanística. Pero es que se trata de eso: sólo te puedes expandir si tienes un porrón de espacio. Como dijo una vez el británico Adam Nicholson a propósito, precisamente, de América, "hay demasiado espacio en los vastos parajes continentales como para prestar atención a los detalles inmediatos". En Bélgica no hay expansiones que valgan. Y es que no se trata de un fenómeno que se plantee como consecuencia de la presión demográfica, sino de la falta de ella.
 
Ahora, nombre alguna otra degradación de esas que tanto le pesan al señor Myers. Estados Unidos es uno de los mercados inmobiliarios más baratos del mundo occidental. Me quedé sorprendido al descubrir, allá por el primer verano de la presidencia de Bush, que una casa de tres dormitorios con aire acondicionado en Crawford, Texas, podría estar en manos de cualquier hijo de vecino por 30.000 pavos. Pero si eso es mucho podemos hacernos con un dúplex prefabricado con un par de acres de terreno por 6.000 dólares menos. Estados Unidos es prácticamente el país desarrollado donde más barato resulta comprar una bonita casa con un gran patio para criar una familia. He aquí una de las razones por las que es una de las escasísimas naciones occidentales con una tasa de fertilidad saludable.
 
Los demás, en su mayor parte, han hecho caso de las advertencias de Myers y la institución esa de Vermont. En Estados Unidos hay 2,1 nacimientos por mujer, mientras que en 17 naciones europeas la tasa es de 1,3, o incluso inferior; se trata de lo que los demógrafos llaman fertilidad "ínfima", una tasa de la que ninguna sociedad se ha recobrado jamás. La población española, por ejemplo, se reduce a la mitad entre generación y generación. Esas naciones hacen lo que Myers y los adictos a la "sostenibilidad" de Vermont califican de socialmente responsable y tienen menos bebés. Como resultado, mueren demográficamente y, a más corto plazo, económicamente: carecen de los jóvenes necesarios para costear los generosos programas sociales que los cada vez más numerosos ancianos europeos han esperado durante toda su vida.
 
Malthus.A propósito, me pregunto si no habrá por ahí algún solícito lector que nos procure una definición potable de "insostenible". Es algo que hoy en día se dice a todas horas. A duras penas se puede acudir a una conferencia internacional sobre esta o aquella crisis global sin escuchar la serenata de Natalie Cole a los ministros de economía del G-7: "Insostenible, eso es lo que eres". Hace dos siglos, cuando Malthus alertó sobre la superpoblación, peroraba acerca de las perspectivas de un hombre "nacido en un mundo ya poseído", es decir, sin tierra disponible para él, sin empleo, sin comida. "En el grandioso banquete de la Naturaleza –escribía Malthus– no hay nada reservado para él".
 
Pero no es a eso a lo que se refieren Myers y compañía. Nadie piensa en serio que la existencia de 400 ó 500 millones de americanos vaya a desencadenar hambrunas masivas. Por "insostenible" se refieren a que podríamos llegar a tocar, siquiera ligeramente, el hábitat del mosquito del oeste del Nilo en el norte de Maine. Lo cual es triste si consideras que este o aquel insecto es más importante que la especie más amenazada del mundo desarrollado: el ser humano.
 
En lo que respecta a la población, lo "insostenible" son las bajas tasas de natalidad: España, Alemania, Italia y la mayor parte de los demás países europeos no pueden sostenerse, literalmente; de ahí que su continente, por medio de una de las transformaciones demográficas más rápidas de la Historia, se esté haciendo musulmán.
 
Pero no tienes que cruzar el Atlántico para ver las consecuencias de la pérdida de capital humano: Burlington Free Press haría mejor en preocuparse menos del americano número 300 millones y más de los autobuses escolares, cada vez más vacíos, que recorren el estado de las montañas verdes. Solía bromear con que Vermont era la más destacada provincia canadiense de Estados Unidos, pero en realidad es algo aun peor: demográficamente, es miembro honorario de la Unión Europea.
 
Lo cierto es que, en un mundo occidental cada vez más marchito y estéril, el norteamericano número 300 millones es un ejemplo máximo del excepcionalismo americano. Así que bienvenido, peque, y que cumplas muchos, muchos años.
 
 
© Mark Steyn.
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