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CIVILIZACIÓN

Bibiana Aído y los límites de lo humano

Sin duda, una de las frases que mayor vergüenza ajena han provocado a lo largo de este año ha sido la de la ministra de Igualdad, Bibiana Aído, en la que dijo que lo que lleva en su vientre una mujer embarazada es un ser vivo pero no un ser humano.

Sin duda, una de las frases que mayor vergüenza ajena han provocado a lo largo de este año ha sido la de la ministra de Igualdad, Bibiana Aído, en la que dijo que lo que lleva en su vientre una mujer embarazada es un ser vivo pero no un ser humano.
En otras épocas, la frasecita se hubiera comentado durante mucho tiempo y la ministra hubiera tenido que soportar numerosos chistes y mofas (que se lo digan a Fernando Morán), pero la desbocada capacidad para decir tonterías que está demostrando nuestro gobierno hace que el desatino de Aído quede disimulado entre esa plétora de declaraciones delirantes con que nos bombardean a diario.

Sin embargo, haríamos bien en volver sobre la frasecita de marras. Es lo que me ha ocurrido al leer el sugerente libro de la filósofa francesa Chantal Delsol Éloge de la singularité, publicado por La Table Ronde con el subtítulo "Essai sur la modernité tardive". Es una obra rica en contenidos, pero me quiero detener en un aspecto, el de las fronteras de lo humano, porque creo que nos puede ayudar a comprender la enormidad de lo que la ministra dijo, que va mucho más allá de una salida irreflexiva y extemporánea, propia de una víctima más de la Logse.  

Delsol empieza con una afirmación provocadora: "El totalitarismo, sea cual sea su variedad, aparece cuando empezamos a creer que todo es posible". O sea, que bajo lo que parece un slogan publicitario, propio de una marca de ropa deportiva, se agazapa el peor totalitarismo. Pero dejemos que la escritora se explique:
Esta pequeña frase que se revelará tan terrible significa dos cosas. "Todo es posible" para determinar quién es un hombre: se puede entonces fijar arbitrariamente una frontera entre hombres y "sub-hombres", declarar a tal categoría no humana, que es lo que hace el nazismo. "Todo es posible" para determinar qué es el hombre: se puede entonces decretar arbitrariamente que los humanos podrían o deberían vivir sin autoridad, sin secreto personal, sin familia o sin dios, que es lo que hace el comunismo. Que acaba, por cierto, por unir el primer "todo es posible" al segundo, al negar su humanidad a aquellos que no hacen ningún esfuerzo por convertirse en algo diferente de lo que son.
Volviendo a Aído, la frontera de lo humano la determinaría ahora el vientre materno, en contra de toda evidencia científica y de todo criterio jurídico.

El debate sobre las fronteras de lo humano es antiguo y Chantal Delsol se detiene en la conocida controversia de Valladolid para afirmar:
La deshumanización pasa en primer lugar por el rechazo del estatuto humano, por la expulsión de ciertos humanos fuera de las fronteras de la especie (…) El imperativo de respeto sólo vale para aquellos que son admitidos, arbitrariamente, dentro del género humano. La frontera del respeto, subjetiva y en consecuencia cambiante, dependerá de criterios históricos, ideológicos, científicos.
Antes las fronteras se marcaban siguiendo criterios de raza, económicos o de otro tipo, ahora Bibiana Aído propone un nuevo criterio para dejar fuera de las fronteras de lo humano a los niños no nacidos, pero la lógica es idéntica.

El peligro resulta evidente: según Delsol, "el eugenismo y el racismo han sido posibles, en primer lugar, por la dilución de esta frontera: no es que hayan negado la dignidad humana, sino que han diferenciado entre los humanos y los otros". Es por esto mismo que las afirmaciones de la ministra de Igualdad son de un calado y peligrosidad mucho mayor de lo que a primera vista parecen. No se trata tan solo de la ocurrencia de una ignorante, se trata de la expresión de un modo de comprender lo que es la humanidad que indefectiblemente deja muertos en su camino y está en la génesis de todo totalitarismo. Quizás Aído no sea consciente de la enormidad que encierra su declaración, pero esto sólo confirmaría lo extendida que está esta ideología, cómo ha calado hasta convertirse en un lugar común (sin por ello perder un ápice de su peligrosidad).

No, no todo es posible, no podemos decidir a nuestro antojo quién es humano y quién no… Y si lo intentamos, las primeras víctimas seremos nosotros mismos. La historia ya lo ha demostrado, ahora Bibiana Aído lo vuelve a proponer. Mucho cuidado, porque aunque quizás la ministra no sea consciente, lo que ha dicho es mucho más serio de lo que parece.


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