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DESPEDIDA DEL PRESIDENTE

Aznar y Europa

La despedida de Aznar del Parlamento, la tarde del 17 de diciembre, fue un acto memorable. Lo fue por varias razones. Aznar cerraba veintiún años de carrera parlamentaria, de los cuales ocho como diputado, seis como jefe del partido de la oposición y ocho de Presidente del Gobierno. Se ha ido voluntariamente. Sólo eso le daba al acto del día 17 un tono especial.

El estilo también fue muy propio de Aznar. Se abrió con un discurso dicho en el tono de un informe burocrático, pero lleno de contenido y sin una frase retórica. Después del turno de la oposición, siguió con una defensa firme y apasionada, aunque sin subir el tono, de lo que había expresado antes más formalmente. Se revolvió contra el líder —por así decirlo— del PSOE, con una finta de parlamentario clásico y sin desdeñar el adjetivo vejatorio (“insolvente”, en varias ocasiones), y acabó con unas palabras de agradecimiento y dos gestos de cabeza de solemnidad contenida, probablemente como la emoción que debió sentir.
        
La oposición también estuvo a la altura de su propia circunstancia. Bronca con Llamazares, delirante con Anasagasti y divagante con Zapatero. Luego llegó la reedición del “todos contra el Gobierno”, con el tono de asamblea estudiantil que la oposición ha decidido adoptar y que tan pocos réditos le produce en las elecciones, aunque le proporciona la simpatía de casi todos los medios de comunicación, varados, como la oposición, en los años 70.
        
Sobre todo eso, dio la casualidad que la sesión estuvo dedicada a la Unión Europea. En su discurso escrito y luego en la réplica, Aznar explicó tres grandes éxitos recientes de los que su Gobierno, y él como presidente, han participado. Primero, la captura de Sadam Husein, por lo que significa para la normalización de Irak. Segundo, la adopción por el Consejo Europeo del documento sobre Estrategia Europea de Seguridad de Javier Solana. Y tercero, la postergación de la aprobación del Tratado Constitucional (Aznar no habló de “Constitución”), mientras no se respeten los equilibrios institucionales que permitan una toma de decisiones más democrática que la preconizada por Francia y Alemania a través del documento de Giscard y su grupo de “convencionales”.
        
Insisto en la palabra “éxito” para calificar estos tres hechos. Lo son sin duda alguna. La captura de Sadam por razones obvias, por mucho que les pese a los progresistas de todos los partidos. La nueva Estrategia de seguridad, porque convierte en doctrina europea una posición mantenida desde el primer momento por el Gobierno español. Y el aplazamiento del Tratado Constitucional, porque España, además de defender sus intereses legítimos, ha demostrado que en la nueva Europa no valen ya ejes ni núcleos privilegiados. España es un jugador de primera línea y Aznar ha demostrado que si quiere, puede hacerse oír y hacerse valer. ¿Qué no formamos parte de la vieja Europa? Mejor. España tiene más interés en la nueva.
        
La oposición se esforzó en considerar todo esto como un fracaso. En la sesión parlamentaria, escenificó la supuesta soledad de Aznar en la Unión Europea con el ya clásico “todos contra el PP”. Eso le permitió a Aznar cometer el lapsus de dirigirse a Zapatero cuando estaba contestando a Llamazares. No es muy inteligente por parte del PSOE.
        
Pero es que, además, es una mentira. No hubo soledad de Aznar en la crisis de Irak: más aislados que los “tres de las Azores” estuvieron en su día París y Berlín, y lo siguen estando. La nueva doctrina de seguridad se ha aprobado por unanimidad. Y en cuanto al aplazamiento del “Tratado Constitucional”, quienes se han quedado solos son,  otra vez, Chirac y Schroeder. Si no hubiera sido así, la “Constitución” habría sido aprobada. Ni Francia ni Alemania tuvieron fuerza, ni inteligencia, ni imaginación para sacarla adelante. Quisieron ejercer un liderazgo sin razonamiento y sin músculo, recuerdo de los viejos tiempos en que ejercían una hegemonía incontestable. Nadie está dispuesto a aceptarlo otra vez. Los lamentos sobre la “Constitución” nonata son pura hipocresía, y el llanto derramado por lo que nació muerto, lágrimas de cocodrilo.
        
Aznar ha venido siendo considerado un líder poco europeísta. Se ha dicho incluso que es antieuropeísta, y se le ha llegado a acusar de conspiración para romper Europa, en connivencia con su amigo Tony Blair y habiendo aceptado los dos el papel de caballo de Troya de Washington.
 
Es verdad que a Aznar no le gusta esta Europa que se ha convertido, como decía Tocqueville, en una casa de realquilados, donde nadie quiere asumir responsabilidades y los valores que la hicieron grande están anegados en el cinismo, la pereza y la falta de carácter.
        
Pero resulta interesante comprobar que Aznar ha contribuido decisivamente a dar forma a una Europa nueva: más liberal (en la medida de lo posible), más abierta, más integrada, más responsable y más atlantista. Más plural también, al haber apadrinado el futuro ingreso de Turquía.
 
Y aún más interesante es que su última intervención en el Parlamento español haya versado sobre Europa y las condiciones de la nueva Unión Europea. Quien parecía tan poco europeísta ha contribuido decisivamente a que Europa pueda empezar a recuperar algo de su grandeza y de la confianza en sí misma. En su último acto parlamentario, Aznar ha dejado claro que también ha sido un gran político europeo.
 
 
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