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ASUNTOS EXTERIORES

Aznar en Washington… y en Bruselas

El discurso de Aznar en Washington ha sido un resumen y una despedida. Ya conocemos los temas, que culminan una experiencia personal y un giro estratégico en la posición de España en el mundo: el compromiso con la libertad, la disposición a asumir riesgos, la Europa atlántica, la integración de Latinoamérica en el proyecto común, la lucha contra el terrorismo y las nuevas amenazas.

El discurso de Aznar en Washington ha sido un resumen y una despedida. Ya conocemos los temas, que culminan una experiencia personal y un giro estratégico en la posición de España en el mundo: el compromiso con la libertad, la disposición a asumir riesgos, la Europa atlántica, la integración de Latinoamérica en el proyecto común, la lucha contra el terrorismo y las nuevas amenazas.
Ahora bien, el discurso de Aznar también es un programa para el futuro. Aznar se va. Afortunadamente, ha tenido la ocasión de sentar las bases de lo que debería ser a partir de ahora la política exterior española. La dimensión del cambio es tal, y el horizonte propuesto tan amplio, que hablar de política exterior se antoja un poco mezquino. Eso contribuye a entender la profundidad de las resistencias con las que ha tropezado y va a seguir tropezando, y la necesidad de hacer mucha más pedagogía de la que hasta ahora se ha hecho.
 
Será necesario explicar, primero, el papel de Estados Unidos en el mundo, un papel derivado de su liderazgo económico, de su tradición democrática —la democracia más veterana del mundo— y de la voluntad de asumir nuevas responsabilidades en la defensa de la libertad. El 11-S demostró que ya no hay fronteras que defender y que la guerra contra el terror es, en el fondo, un esfuerzo por la implantación de regímenes estables y respetuosos con los derechos humanos. Ese es el papel que ha asumido Estados Unidos bajo la presidencia de Bush, y ahí es donde debe estar España.
 
En cuanto al presunto antieuropeísmo de Aznar, parece indudable que Aznar se siente más cómodo en el Capitolio que en Bruselas. Los motivos se entienden bastante bien. Pero también es cierto lo que Aznar subrayó en Washington y poco después ante el Partido Popular Europeo: que en estos ocho años España siempre ha participado en primera línea en la construcción europea.
 
En el fondo, y sin que Aznar lo dijera expresamente, hay otro argumento: y es que quien pretenda romper o debilitar el lazo atlántico, estará debilitando y rompiendo la Unión Europea. Es lo que ha pasado con la política francesa, tan profunda y radicalmente antieuropeísta. Los europeos tenemos que asumir más responsabilidades y más capacidad en seguridad y defensa, pero si se hace con la perspectiva puesta en un alejamiento de Estados Unidos, se destruirán las bases de esa posible capacidad. Sólo a partir del lazo atlántico se puede asentar el consenso y dotarnos de medios para luchar contra el terror y a favor de la libertad y la democracia.
 
En España se ha reflexionado poco sobre otro de los argumentos de Aznar. Solemos pensar en América Latina como un conjunto de países donde los españoles, en el mejor de los casos, tienen facilidades para invertir y vender su modelo democrático. Aznar está planteando otro proyecto: la incorporación activa de los países iberoamericanos, como a él le gusta decir, a la alianza atlántica. Es un nuevo papel para España, que asume una posición de liderazgo por su presencia en la Unión Europea. No es retórica hispanizante, ni buenas intenciones familiares. Debería contribuir a anclar a definitivamente a América Latina en la órbita occidental, a la que pertenece sin remedio y con la que comparte sus valores y sus ideales más consistentes.
 
Es importante que quien ha tenido ocasión de articular este discurso y sentar las bases prácticas para su realización lo haya expuesto en Washington, en Bruselas y en España. Aznar, acostumbrado a hablar con claridad, tiene por delante un gran papel para que estas ideas, casi revolucionarias en más de un aspecto, empiecen a calar en la opinión pública de nuestro país.
 
 
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