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CRÓNICAS COSMOPOLITAS

"Aux armes, citoyens!"

Debía de ser en 1955, y yo estaba de gira clandestina por España. El caso es que entré en un café de Barcelona, me acerqué a la barra y pedía un café solo. Recuerdo que era un café de barrio y estaba prácticamente vacío. El camarero, un muchacho joven y sonriente, como estábamos casi solos me hizo una pregunta amable, no sé si sobre el tiempo, no sé si sobre el Barça, pero no le entendí, porque hablaba en catalán. Le dije: "Perdone, pero no le he entendido". Se sobresaltó, pidió disculpas en español, y parecía asustado. "Por favor, no pasa nada, y disculpe por que yo no le entendienda", le dije.

Debía de ser en 1955, y yo estaba de gira clandestina por España. El caso es que entré en un café de Barcelona, me acerqué a la barra y pedía un café solo. Recuerdo que era un café de barrio y estaba prácticamente vacío. El camarero, un muchacho joven y sonriente, como estábamos casi solos me hizo una pregunta amable, no sé si sobre el tiempo, no sé si sobre el Barça, pero no le entendí, porque hablaba en catalán. Le dije: "Perdone, pero no le he entendido". Se sobresaltó, pidió disculpas en español, y parecía asustado. "Por favor, no pasa nada, y disculpe por que yo no le entendienda", le dije.
La situación era paradójica: con o sin motivos, el camarero se asustó, pensando que a lo mejor iba a denunciarle por hablar catalán, y yo, español de París en viaje clandestino, con falso pasaporte francés, no podía explicarle que, pese a no entender el catalán, no tenía ningún inconveniente en que él lo hablara, con tal de que pudiéramos entendernos en castellano (digo "castellano" porque el catalán también es una lengua española, no en vano Cataluña es una región de España). No podía presentarle mi tarjeta de antifranquista, vaya.
 
Todo el mundo ha entendido que lo que quiero decir es que ahora ocurre exactamente lo contrario; no es el que habla catalán quien se asusta, sino el que habla español. Con lo cual podemos felicitarnos del progreso democrático y cultural de Cataluña, y de su excepción cultural, que con gran entusiasmo hunde a los catalanes en el pozo negro de la más profunda imbecilidad.
 
Como hace años que no voy a Barcelona, adonde fui tantas veces, ni pienso volver, son testimonios de amigos franceses, latinoamericanos o madrileños los que me confirman el incremento de la limpieza étnica en Cataluña, que no se limita a la lengua, sino que, habiendo sentado el Estatuto que el catalán es un ser superior, y Cataluña una "nación" aún más superior, hablar de racismo no es totalmente descabellado.
 
El dirigente de ERC Josep Lluís Carod Rovira.Hay que ser conscientes de que cuando a un imbécil le dices que es superior se lo cree, y vota por ti. Ya se trate de imbéciles catalanes, vascos o andaluces. Sin embargo, no todos los catalanes son imbéciles en el sentido catalanista del término, o sea asnos que se creen jirafas, o ranas que se toman por elefantes, como lo han demostrado las últimas elecciones, donde sólo una mala ley electoral, una abstención masiva, la ausencia de un verdadero partido de oposición –que hubiera sabido demostrar que Cataluña es España, y precisamente por eso es Cataluña, pero una Cataluña abierta y no cerrada, una Cataluña sin apartheid–, todo ello ha permitido la formación de un tripartito de vencidos. El peso de ERC en ese Gobierno augura las peores catástrofes; a medio plazo, porque por ahora, con sardana obligatoria, todos tan contentos.
 
Diciéndolo deprisa y corriendo, hay que reconocer que el PP de Cataluña es un desastre, y el mayor desastre del desastroso PP es Josep Piqué, su jefe, y el hecho de que hayan perdido un solo diputado es milagroso. Para muchos catalanes el PP es "españolista", el peor de todos los insultos que están en boga en los medios nacionalistas, y en vez de reivindicarlo con orgullo, aclarando que no son "españolistas" sino sencillamente españoles y demócratas, o sea, partidarios de la Constitución y de la autonomía, de una Cataluña en España, bilingüe de verdad y abierta al mundo –y no encerrada en una diminuta casa blindada y con dinamita, para suicidarse cantando Els Segadors–; en vez de ello se dedican a lamer el trasero de CiU, con el señuelo de obtener la concesión de los cementerios catalanes. Hablando en castizo, el PP en Cataluña no es ni chicha, ni limoná.
 
Desgraciadamente, no sólo en Cataluña. La "realidad nacional" de Andalucía es, efectivamente, una imbecilidad, pero inscribir esa imbecilidad en el nuevo estatuto, o sea en la ley, es una canallada. Dentro de poco la Junta andaluza, envidiosa de los privilegios obtenidos por los catalanes –y además con un andaluz a la cabeza de la Generalitat–, exigirá también su bilingüismo, que sólo podrá ser con el árabe, por aquello de la "alianza de civilizaciones" propugnada por el potente sindicato de zapateros turcos y como homenaje a los reinos de taifas.
 
O sea que Cataluña se hunde en las marismas ultranacionalistas, y no me extrañaría nada si se acelerara el éxodo de escritores, editores, catedráticos que tienen el castellano por lengua y no les da la republicana gana que de se les prohíba usarla. Lo de los periodistas es diferente, porque la prensa en catalán es inexistente y la mayoría de los peores exabruptos nacionalistas están dichos o escritos en castellano. Lo cual tiene su gracia.
 
Cataluña se hunde, pero Cataluña es mucho más que su Govern, y cada vez hay más catalanes que protestan. Desgraciadamente, por ahora, su protesta es sobre todo pasiva, y se refleja en una abstención creciente. Otro dato interesante es la aparición de un nuevo partido, Ciudadanos, que en pocos meses de existencia, casi subterránea, ha obtenido 3 diputados. Y, las cosas como son: la increíble avalancha de insultos, injurias y denuncias que ha recibido tras tan modesta victoria ha constituido una soberbia e inesperada propaganda a su favor.
 
Josep Piqué.Sus enemigos, o sea toda la clase política catalana –incluido, vergonzosamente, el PP: Piqué no podía faltar a esa cita de amor con los nacionalistas–, les han atacado bestialmente, empleando contra ellos los mismos insultos, lo cual es harto significativo, y si el odio que manifiestan es buen indicio de su tolerancia y de sus convicciones democráticas, o sea cero, su furor refleja su miedo. Y no pienso que teman los resultados obtenidos por Ciudadanos, son demasiado insignificantes, sino que crezcan, como crece el mal humor y hasta la indignación de muchos catalanes ante la dictadura –no hay otra palabra– de los nacionalistas. No es lo que son lo que procura odio y pavor, sino lo que pueden llegar a ser, y no les falta razón a esos borregos: pueden llegar a ser una esperanza.
 
Ahora, ¿qué va a hacer ese nuevo partido? Francamente, es demasiado pronto para pronunciarse, porque el ser un síntoma valioso del desencanto catalán no es suficiente para llevar a cabo una política inteligente. Además, si yo conozco a ciertos de los intelectuales que hace ya varios meses lanzaron su manifiesto en favor de la creación de ese nuevo partido, más por sus escritos que personalmente, salvo a Beatriz de Moura, nada sé de los tres diputados recién elegidos, ni del resto de la tropa, ni de su programa político, si lo tienen, y esto se explica debido a la losa de silencio y censura que los catalanistas, medios como políticos, han impuesto en torno a ese partido, silencio que ha explotado en injurias tras su victoria.
 
Como todo el mundo, he leído de todo, a favor y en contra, sobre el Partido de la Ciudadanía, pero debo reconocer que los piropos que Fernando Savater en El País y Raúl del Pozo en El Mundo les lanzan, como claveles al torero, me han puesto mosca. Claro que soy muy sectario y reaccionario –y más según los criterios de Carod Rovira, ese ángel de la misericordia cuyo humanismo se extiende a los que usan pistolas y las roban–, pero, francamente, cuando Raúl del Pozo dice: "Estos son los buenos", yo automáticamente pienso que son los "malos". Savater es algo diferente: puede darles coba y hasta jalearles con un bolchevique: "¡Adelante, compañeros!"; lo aprovecha para jalearse a sí mismo, a través ¡Basta Ya!
 
Yo no tengo la menor oposición de principio contra ¡Basta Ya!; más bien al revés: considero favorablemente a todos los enemigos de ETA. Pero hay que reconocer, precisamente, que de nada ha servido para detener la canallada zapaterista de la rendición ante ETA.
 
Por lo tanto, seguiré con interés y simpatía los próximos pasos del nuevo partido, que se define como de "centro izquierda" –lo cual no quiere decir nada– y cuyos electores son mayoritariamente tránsfugas del PSC, pero que probablemente no hubiera existido si el PP fuera otra cosa. Con Vidal-Quadras a la cabeza. Es sólo un ejemplo.
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