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Cánovas, padre del liberalismo conservador

El origen europeo

El liberalismo conservador permitió la consolidación del régimen constitucional y, por tanto, la transición de sociedades estamentales a liberales en muchos países de Europa durante el siglo XIX. La combinación de principios del liberalismo demócrata y del conservadurismo, con la sabia adaptación a las circunstancias como resultado del estudio de la Historia, le confirió una superioridad intelectual y política muy importante. Estamos hablando de una corriente compuesta por pensadores como Constant, Guizot, Tocqueville, Pastor Díaz o Alcalá Galiano, grandes políticos como Cavour, Disraeli, Thiers o Cánovas, publicaciones periódicas que aún deslumbran por su brillantez y trayectorias personales e intelectuales encomiables incomparables con las de los radicales de su época o de la actual. Esta corriente surgió en Europa como revisión del planteamiento liberal tras el paso por el jacobinismo y la dictadura napoleónica. Pronto se caracterizó por su oposición tanto al Antiguo Régimen como a la revolución social. Aunque su origen es anglosajón, con Edmund Burke, tuvo su adaptación continental, especialmente en Francia, Alemania e Italia, así como en España.

Los elementos comunes de los liberal-conservadores europeos eran el rechazo a la supremacía de la soberanía nacional por encima de los derechos, la división de poderes o la ley; la concepción del Estado como un instrumento al servicio del individuo y de la sociedad, garante del orden y de la libertad, pero sin constituir un fin en sí mismo; la defensa de la religión como asunto de conciencia y esencial para la virtud cívica, lo que no significaba obligatoriamente clericalismo ni confesionalidad del Estado; la virtud cívica como guía del comportamiento público y privado, que en muchos casos se identificaba con el patriotismo liberal; la descentralización y la desconcentración del poder como instrumento para impedir la arbitrariedad gubernamental; un nacionalismo filosófico y romántico, adecuado a la construcción del Estado nacional, que básicamente situaba la nación como protagonista en el camino hacia la libertad; en economía defendían el proteccionismo y la creación de un mercado nacional, así como el esfuerzo, el mérito y la iniciativa individual; y, por último, sostenían que la cuestión social se resolvería a través de la eliminación de las trabas legales para las libertades económicas.

Los antecedentes españoles

En España el camino empezó relativamente pronto: en el Trienio liberal surgió el grupo llamado moderado, que pretendía la corrección de la Constitución de 1812 adecuándola a la sociedad española e internacional y mejorando su entramado institucional. Tras el fracaso del Trienio por obra del radicalismo y de Fernando VII, y un paso aleccionador por el exilio, el grupo moderado asumió los principios del liberalismo conservador francés e inglés. La muerte del rey y el inicio de la guerra civil en 1833 decidieron a la regente María Cristina a apoyarse en los liberal-conservadores para instalar el régimen constitucional en España, con el Estatuto Real de 1834. A ellos, por tanto, se debe la instauración del Estado liberal.

El primer grupo liberal-conservador lo lideraban Martínez de la Rosa, Toreno e Istúriz; luego se sumó Alcalá Galiano. Su propósito era el de establecer en España un cauce adecuado para el régimen liberal, teniendo en cuenta que los enemigos del liberalismo eran numerosos y contaban con el auxilio de la Iglesia de Gregorio XVI, y que la mayoría de los defensores de la libertad eran radicales que habían mitificado la Constitución de 1812 y pretendían una revolución al estilo francés, esto es, el cambio en el orden social, la laicidad del Estado, la centralización, la concentración del poder en el Parlamento y la liberalización del mercado interior, junto a la protección del producto nacional frente al extranjero.

En los años de la regencia de María Cristina tomó cuerpo doctrinal el liberalismo-conservador, conocido como puritanismo, y que tuvo como mejores representantes a Nicomedes Pastor Díaz, Antonio Ríos Rosas, Joaquín Francisco Pacheco y Andrés Borrego. El proyecto de estos liberales consistía en establecer un régimen liberal en torno a una Constitución nacida del consenso, no impuesta por un partido, con dos ejes: una Corona que actuara de árbitro entre las instituciones y los partidos y un sistema de partidos compuesto por dos grandes formaciones, una que reuniera a la izquierda liberal y otra que hiciera lo mismo con la derecha liberal.

Sin embargo, aquel grupo de puritanos no estaba aún maduro. No rechazaron explícitamente la revolución como mecanismo de cambio político, lo que supuso una dependencia de los elementos militares que perjudicaba su configuración como partido y proyecto civil. Así ocurrió en las revoluciones de 1854 y 1868, que lejos de servir para instaurar un régimen liberal centrado y estable dieron alas a las opciones más radicales, con las que al final tuvieron que enfrentarse, lo que imposibilitó la consumación de su propósito.

La Unión Liberal fue, a pesar de todo, el precedente del partido liberal-conservador que construyó Cánovas durante la Restauración. Los puritanos creyeron en la necesidad de construir el régimen liberal sobre la base de la conciliación de los liberales; de ahí que promovieran la reunión del centro político en una sola agrupación, la Unión Liberal. En ella confluyeron desde los moderados más liberales hasta los progresistas más moderados. El Gobierno de la Unión Liberal, entre 1858 y 1863, fue el más estable y próspero del reinado de Isabel II en los órdenes económico, político e internacional. No obstante, la Unión Liberal nació para estabilizar un régimen, pero no había un proyecto claro sobre su futuro. Hubo quien pidió su continuidad y que se alternase en el poder con los moderados de Narváez y los progresistas de Prim, y otros que pidieron su división en dos partidos, uno liberal-progresista y otro liberal-conservador. En lo primero estaba Ríos Rosas, que quería la unidad con los progresistas más moderados, como Manuel Cortina, e incluso con el general Prim, que entre 1858 y 1865 fue un decidido dinástico que trató de integrar en el régimen al Partido Progresista. En lo segundo estaba Cánovas, que postulaba la alianza con los moderados. Ambos proyectos fueron imposibles, ya que los progresistas rechazaron toda colaboración y prefirieron la revolución, y los moderados actuaban bajo la égida de Narváez y González Bravo. Un entendimiento entre estos dos y Cánovas era imposible.

La muerte del general O'Donnell, líder de la Unión Liberal, en noviembre de 1867, dejó los restos de este partido en manos del general Serrano, que no dudó en unirse en 1868 a la vía revolucionaria de progresistas y demócratas. Cánovas no siguió a la Unión Liberal en este viaje y se quedó, según sus propias palabras, tan alejado de los revolucionarios como de los isabelinos.

Nace el grupo liberal-conservador

La primera vez que se utilizó el término liberal-conservador fue en las Cortes de 1869 y 1871. Cánovas reunió a un grupo de antiguos unionistas en torno a un ideario, un comportamiento político y un proyecto definidos. El grupo estaba formado, entre otros, por Francisco Silvela, Álvarez Bugallal y José de Elduayen. Adoptaron una actitud crítica, aunque menos que republicanos o carlistas, en cuanto a la extensión de los derechos y libertades establecidos en el proyecto constitucional, pero no en su naturaleza, sino en el sentido de que no se correspondían con la fuerza del Estado que se estaba diseñando. No fueron partidarios del establecimiento inmediato del sufragio universal, en lo que seguían a la mayor parte de liberalismo europeo. En 1869 no había ese tipo de elección en ningún país europeo, salvo en la federal Suiza y en Francia, que vivía bajo el Imperio de Luis Napoleón. Por otro lado, la experiencia europea de 1848 y la irrupción de los socialismos, saldadas con mucha violencia, no invitaron a liberales y conservadores a ampliar el sufragio de forma inmediata, sino gradualmente. Consideraban que era precisa una transición por la que el ejercicio de los derechos se hiciera cotidiano para que hubiera "costumbres cívicas" en la población y asegurar que las libertades y el orden social resistieran los embates de demagogos y socialistas. Al no existir dichas costumbres cívicas, el sufragio universal sería una farsa, decían, y necesitaría de la dirección gubernamental, como ocurrió en las elecciones de 1871 y en las dos de 1872.

En aquellas Cortes donde se discutió entre una Monarquía democrática y una República, Cánovas y los liberal-conservadores defendieron el establecimiento de una Monarquía constitucional por dos motivos. En primer lugar, era la forma histórica española, con independencia de la dinastía, y, por tanto, era el tipo de Gobierno que menos separaría a los españoles por costumbre y creencias. Y, en segundo lugar, porque la Monarquía era la forma de Gobierno que mejor se adaptaba a un régimen liberal de base burguesa, ya que representaba el principio de continuidad y sucesión, que era el principio básico del orden social burgués. Ese vínculo establecía una Monarquía de ancha base. En definitiva, la idea era apoyarse en la Historia y en lo práctico para hacer la política de lo posible, un criterio reconocible en cualquier opción liberal-conservadora europea de la época.

Los liberal-conservadores de Cánovas aceptaron la Monarquía de la Constitución de 1869 como mal menor ante el panorama revolucionario, ya que el republicanismo se había tornado federal y socialista al estilo de Pi y Margall, y no cesó de levantarse en armas contra la situación. A esto hay que añadir el carlismo, que seguía en su actitud beligerante y absolutista. De esta manera, los canovistas votaron a favor del texto constitucional y propugnaron al príncipe Alfonso de Borbón para el trono durante el tiempo que se buscó un rey para la revolución. Una vez fue elegido Amadeo de Saboya, en noviembre de 1870, los canovistas desistieron públicamente de su candidatura. Es más, Cánovas rechazó reiteradamente la pertenencia al partido isabelino que constituían los moderados.

El grupo de Cánovas no tuvo una postura antisistema o conspirativa, como ha afirmado la historiografía más identificada con el republicanismo, sino que ayudó a la estabilidad de la Monarquía de Amadeo de Saboya y prestó su apoyo a los Gobiernos más templados de la revolución, a los del Partido Constitucional de Serrano y Sagasta. De hecho, uno de sus miembros, Elduayen, fue nombrado ministro en el Gobierno de Serrano, y el grupo canovista dio sus votos al Gobierno en el Congreso para apoyar sus iniciativas.

Amadeo de Saboya cesó al Gobierno conservador de Serrano, saltándose los preceptos constitucionales, para impedir que los radicales de Ruiz Zorrilla se levantaran en armas en junio de 1872. Fue entonces cuando Cánovas dio por terminada la experiencia revolucionaria. Los liberal-conservadores decidieron crear los círculos alfonsinos, verdaderos embriones del partido que constituyó Cánovas a partir del verano siguiente, cuando recibió una carta firmada por Isabel II y el príncipe Alfonso para que liderara la Restauración. Reunió entonces a los que luego formaron el Partido Liberal Conservador en el reinado de Alfonso XII, es decir, tanto a los moderados más templados, como Orovio o Calderón Collantes, como a los unionistas desengañados de la revolución, como Alonso Martínez o Romero Robledo. Cánovas construyó una estructura de partido, con prensa y círculos en todas las ciudades importantes, vinculados con el comité central de Madrid.

El rechazo a la revolución afectaba también a los pronunciamientos. Cánovas despreciaba una Restauración producto de un acto militar porque quería que la vuelta de los Borbones en la persona de Alfonso XII fuera el resultado de la fuerza de la opinión pública, de la sociedad civil, no de un espadón. Y se opuso a todas las intentonas que conoció en 1874, aunque mantuvo buena relación con los militares para controlarlos. De esta manera, la noche del 29 de diciembre, cuando fue informado del pronunciamiento de Martínez Campos, escribió desde la celda del Gobierno Civil en la que le había recluido el capitán general de Madrid, Primo de Rivera, involucrado en el golpe, que rechazaba todo acto de fuerza para la Restauración. El texto nunca apareció porque el director de La Época, Ignacio Escobar, a quien Cánovas había confiado el texto, lo hizo desaparecer.

El ideario de la libertad con orden

El fracaso del reinado de Amadeo I y el de la República de 1873 facilitaron la restauración de los Borbones y motivaron a muchos a unirse al proyecto canovista. La Constitución de 1876 fue genuinamente liberal-conservadora, equidistante de la moderada de 1845 y de la democrática de 1869. Era flexible y breve, tanto que permitió las reformas de los Gobiernos liberales que culminaron en el sufragio universal masculino de 1890.

El dominio del ideario liberal-conservador lo resumía la confesión de Cánovas de que venía a "continuar la historia de España". La revolución había sido el contrapunto al moderantismo isabelino, y la Restauración había de ser el siguiente paso en el camino de España hacia la libertad con orden. Esa continuidad se haría a través de una monarquía basada en la soberanía compartida de las Cortes con el Rey –la "constitución histórica" de raíz burkeana–, donde el texto constitucional sería el eje político sobre el podrían gobernar partidos distintos, fusionando con habilidad el parlamentarismo con la prerrogativa regia. La aceptación del adversario fue la norma de conducta que hizo posible el régimen; es decir, los grandes partidos tuvieron un comportamiento marcado por la lealtad al régimen y el acatamiento de la legalidad, tanto en el Gobierno como en la oposición.

Cánovas constituyó el partido entre 1875 y 1884, un viaje muy largo, pero que concluyó con la suma de casi todo el espectro conservador. Los moderados recalcitrantes y los neocatólicos no aguantaron la tolerancia religiosa apoyada por Cánovas. Sin embargo, la fuerza de los hechos hizo que finalmente el Partido Moderado se integrara en el canovista en 1882, y la Unión Católica en 1884. Estas incorporaciones no desvirtuaron el ideario liberal-conservador, y el partido de Cánovas se erigió en el centro-derecha de la Restauración.

La herencia de Cánovas en la política española es el asentamiento del ideario liberal-conservador, al que aludíamos al principio de este trabajo, y cuyo eclipse a finales del siglo XIX contribuyó a la crisis del XX, en una España cegada por los radicalismos antiliberales y la política de masas.

Bibliografía recomendada

- LUIS ARRANZ, Francisco Silvela. Entre el liberalismo y el regeneracionismo: discursos políticos, Madrid, CEPC, 2005.
- PEDRO CARLOS GONZÁLEZ CUEVAS, Historia de las derechas españolas. De la Ilustración a nuestros días, Madrid, Biblioteca Nueva, 2000.
- JOSÉ MARÍA MARCO (coord.), Genealogía del liberalismo español, 1759-1931, Madrid, FAES, 1998.
- CARLOS SECO SERRANO, Historia del conservadurismo español, Madrid, Taurus, 2000.
- JORGE VILCHES, Antonio Cánovas del Castillo. La revolución liberal española. Antología política (1854-1876), Salamanca, Almar, 2001.

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