Menú
DÉCIMO ANIVERSARIO

Aquel 11 de septiembre

Recuerdo ese día como si fuera hoy. Debido a una visita al Reino Unido, tuve la oportunidad de contactar telefónicamente a unos amigos que viven en Gales. Mi amiga, quien al responder a mi llamada lo hizo con voz atribulada, me dijo que por favor viera en la TV lo que estaba sucediendo en las Torres Gemelas de Nueva York.


	Recuerdo ese día como si fuera hoy. Debido a una visita al Reino Unido, tuve la oportunidad de contactar telefónicamente a unos amigos que viven en Gales. Mi amiga, quien al responder a mi llamada lo hizo con voz atribulada, me dijo que por favor viera en la TV lo que estaba sucediendo en las Torres Gemelas de Nueva York.

Al encender el televisor vi una de las torres envuelta en un humo negro: sin poder creerlo le pregunté si sabía cómo se había originado el incendio. Me contestó que un avión se había estrellado contra uno de los pisos superiores. No recuerdo cuánto tiempo después se desmoronó.

Para nuestro horror, vimos a un segundo avión estrellarse contra los pisos medios de la segunda torre, que al poco caía como castillo de naipes. Supimos entonces que no se trataba de un accidente sino de un ataque terrorista. Dos aviones no se estrellan ante dos de los edificios más altos del mundo, dos símbolos del poderío norteamericano, por casualidad. Sinceramente pensé que se había declarado la Tercera Guerra Mundial. Mi amiga y yo no sabíamos qué pensar, y ciertamente enmudecimos.

Seguidamente nos enteramos del ataque contra el Pentágono. Temimos entonces que en cualquier momento también la Casa Blanca fuera atacada.

Ese día nos dimos cuenta de nuestra vulnerabilidad: si USA sufría tal ataque, qué podíamos esperar los demás. Después de todo, y aunque no les guste a muchos, USA es el centro de poder mundial y la garantía de su estabilidad.

Las imágenes transmitidas por todas las estaciones de TV eran a cuál más impresionante: montañas de hierros retorcidos, cenizas y polvo cubrían una extensa zona que después sería conocida como Ground Zero. Gente cubierta de cenizas deambulaba como zombies, y miles de bomberos, policías y soldados arriesgaron, y muchos perdieron, la vida por salvar a tantos.

Se supo que el ataque había sido planificado y llevado a cabo por la organización terrorista Al Qaeda. Los pilotos de los aviones residían y habían aprendido a manejar aeronaves en USA. Osama ben Laden parecía ser el líder de la operación. Después de su muerte en Pakistán, se ha dicho que Osama era solo una fachada.

El mundo vio la sesión convocada en el Capitolio por George W. Bush: los miembros del Congreso, republicanos como demócratas, dieron su apoyo irrestricto al presidente, anteponiendo la defensa y los intereses del país a los de sus respectivos partidos.

Fueron tres mil las víctimas fatales de este ataque, aparte de todos los heridos y los que sufrieron severos traumas psicológicos. Las pérdidas económicas fueron enormes. Se fue al suelo la seguridad, no sólo en USA sino en el mundo entero. Todos aprendimos ese día que a las organizaciones terroristas no les importa nadie ni nada; para sus miembros no hay moral ni principios, y su concepto de justicia descansa en el dominio por la fuerza y la violencia.

El 11-S fue una declaración de guerra contra el mundo libre. Hemos visto cómo las piezas del tablero político mundial se han reacomodado; se definen nuevas alianzas que a primera vista lucen inverosímiles, pero que tienen como explicación el logro de un objetivo común: la sustitución de la libertad por la opresión.

Tenemos por delante una larga y contundente lucha para preservar no solo nuestra libertad y democracia, también la de aquellos que se empecinan de forma inconsciente en su destrucción.

 

© Diario de América

0
comentarios