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LIBREPENSAMIENTOS

Aireando la ira

Cualquiera diría, a la vista de las informaciones disponibles y las declaraciones conocidas, que en estos tiempos de vesania se premia, más que nunca, la violencia, la furia y el arrebato. Una muestra de ello, aunque no sólo, ha podido comprobarse al conocerse el premio Nobel de Literatura 2005, concedido a un autor indignado: Harold Pinter. El indignado es el que hace saber que está airado.

Cualquiera diría, a la vista de las informaciones disponibles y las declaraciones conocidas, que en estos tiempos de vesania se premia, más que nunca, la violencia, la furia y el arrebato. Una muestra de ello, aunque no sólo, ha podido comprobarse al conocerse el premio Nobel de Literatura 2005, concedido a un autor indignado: Harold Pinter. El indignado es el que hace saber que está airado.
Harold Pinter, fotografiado por Chris Saunders.
Parece una táctica de última generación, una cosa como muy rompedora, la formalizada, digo, en estos últimos años por la Academia de Estocolmo, consistente en distinguir con el Nobel de Literatura a autores poco conocidos entre el respetable público (grande tan sólo en extensión), a quienes al dar publicidad dan también el campanazo. Los departamentos de comunicación recurren para este fin a motivaciones o excusas, por lo general, muy poco literarias, como podrían serlo un currículo políticamente incorrecto o incluso la solidaria y compasiva motivación de un injusto desconocimiento, reconocimiento u olvido.
 
Los pocos minutos de fama y gloria dispensados a los ignotos no superan casi nunca el umbral de las primeras entrevistas concedidas a los medios, de modo que su eco ni siquiera alcanza hasta el momento de recoger el premio o hacérselo llegar a casa.
 
La fría Academia ha premiado el ser un bufón grotesco y un "anarquista intelectual", como Darío Fo (1997), y la presunta capacidad provocadora de la retraidísima y fóbica autora austriaca Elfriede Jelinek (2004). En la actual edición ha distinguido al maltratado, sulfurado y, por tanto, resentido escribiente Harold Pinter; de profesión: sus indignaciones. El hoy viejo cascarrabias se precia de haber tenido siempre ese mal carácter, de estar muy comprometido y, por ende, de estar a la que salta.
 
Se formó este personaje tan informal dentro del grupo Angry Young Men, esto es, jóvenes airados o cabreados, y, claro, semejante experiencia no ha podido superarla con los años, ni siquiera llegando a ese periodo vital caracterizado por la serenidad y la presumible madurez. Junto a Allan Sillitoe, formó también parte del movimiento John Osborne, autor del emblemático título Look back in anger (Mirando hacia atrás con ira), el cual ayudó a etiquetar y dar empaque, por decirlo así, a la agrupación de jóvenes autores inconformistas e inadaptados de los años 50 del siglo XX, como corresponde, ahora sí, a la edad.
 
Debo decir, en honor a la verdad, que de la producción de Harold Pinter admiro, más que nada, su contribución al cine como guionista. Entre sus trabajos cinematográficos destacan El sirviente (1963), Accidente (1967), El mensajero (1971), de Joseph Losey, El último magnate (1976), de Elia Kazan, y La mujer del teniente francés (1981), de Karel Reisz, todas ellas obras cinematográficas de altura dramática y gran belleza estética.
 
Entre rodajes y bambalinas se hallaba el ya no tan joven airado cuando, de repente, le sube la tensión ideológica y lo echa todo a rodar. En ese momento sublime decide seguir aireando la ira proverbial que le anima. Pero ahora toca, además, airear la lira: "No voy a escribir más obras de teatro. Tengo 29 [obras, no años, aclaremos] y ahora –añade en tono amenazante–, tal vez, me dedicaré a la poesía". No sé si lo ha conseguido.
 
Este escritor obsesionado, según él mismo confiesa, con la "ira entre clases" no dice, sin embargo, toda la verdad. Para unos, la poesía está cargada de futuro. Para otros, las palabras versadas las carga el diablo. Pinter, por su parte, toma la decisión de cargarse, definitivamente, el Sistema, el modo de vida occidental y la sociedad burguesa, uniéndose para ello a todas aquellas causas que comparten dicho plan aniquilador. Sus enemigos a muerte son, por tanto, Bush, Blair y los dirigentes de las sociedades libres. Sus amigos, más que nunca, Fidel Castro, Sadam Husein, Milosevic y los dictadores, en general.
 
Sin olvidarse de su colega Noam Chomsky. En un acto celebrado en diciembre de 2002 en Londres, con la excusa de la defensa de los derechos humanos para el pueblo kurdo, Pinter presentó así a quien no necesita presentación: "Chomsky es el líder entre la voces críticas contra el régimen criminal que ahora recorre los Estados Unidos, de hecho un monstruo peligroso fuera de control". Pinter hacía méritos para el Nobel.
 
La escritora cubana Mae Liz Orrego Rodríguez, asilada en Suecia y trastornada por la noticia confirmada de la concesión del Gran Premio al airado escritor, lo califica de "abogado de tiranos". No exagera lo más mínimo. También le encajaría el apelativo de "defensor de genocidas", otorgado recientemente, por Esperanza Aguirre, de manera póstuma, a Eduardo Haro Tecglen, otro gran maestro del teatro y del cuento, y violento pacifista.
 
Ni el venerable Kenzaburo Oe (Nobel en 1994) se libra de este ardor. A finales de 2003 publica el artículo 'Japón no debe enviar tropas a Irak', que comienza con la siguiente proclamación que parece explicarlo todo: "Soy un anciano indignado. Indignado, porque me siento responsable de la actual situación de mi país". ¿Cuál es esa responsabilidad? Permitir, contesta, que Japón esté sometido a la política exterior de Estados Unidos. El antiguo imperio nipón debe, en consecuencia, mantenerse (como siempre) neutral y alejado de los americanos: "Hay que evitar que Tokio se convierta en objetivo de atentado".
 
Caballero Bonald.Mientras refiero esta ocurrencia del indignado por receloso Oe leo en los periódicos que las autoridades de Washington y Tokio han llegado a un acuerdo por el que se reduce a la mitad la presencia de tropas norteamericanas en suelo japonés, ¡sesenta años después del final de la Segunda Guerra Mundial! Me temo que los opuestos a la "ocupación" americana en Irak que acabó con el régimen de Sadam o se lo toman con mucha filosofía zen o lo dejan todo y buscan desahogo en la poesía.
 
En España también florece la pasión por la rima con mensaje y el verso iracundo. José Manuel Caballero Bonald, para más señas, está profundamente indignado, y de manera muy poco caballerosa ha calificado de "ideológicamente detestable" el premio Torrevieja de este año, concedido a César Vidal por su novela Los hijos de la luz. Caballero ha sido miembro del jurado, pero no ha podido evitar que el galardón se lo lleve el detestado, y no, por ejemplo, el hermano de la ministra del ramo y la rosa. Su cabreo es, por tanto, monumental. Del premio de Estocolmo concedido a Pinter no dice ni una palabra malsonante, pues comparte su misma ideología, destacable por la exacerbación y la violencia.
 
Pero no hay por qué deprimirse. Como el británico, el jerezano se consuela con la poesía entendida como forma de expresar el malestar por las cosas de este mundo. Su último librito lleva por título Manual de infractores (¡a su edad!). ¿Qué ha inspirado al poeta? ¿Las musas, las yeguas o las diosas del Olimpo? Nada de eso: "El libro arrancó –ha confesado– de la indignación contra algunas cosas que estaban ocurriendo hace dos o tres años. La guerra de Irak, por ejemplo…".
 
Pero, ¿qué les pasa a estos señores letrados con tanta indignación? Hay, es verdad, un tipo de indignación cándida, sencilla y de origen humilde, que sale del corazón conmovido hacia fuera porque no se puede aguantar. A quienes sufren semejante afección les dedica el filósofo político Leo Strauss esta enseñanza: "La indignación es mala consejera, pues en el mejor de los casos prueba que somos bienintencionados, no que tengamos razón". Ahora bien, con los personajes arriba mencionados no tenemos dudas. Su impostura intelectual es de manual, en efecto. Los autores de esta clase de actuaciones desaforadas también fueron descubiertos, por Séneca, hace dos mil años: "La razón desea que la decisión que toma sea justa; la ira, que parezca justa la decisión que se toma". Así pues, cuestión de interpretación y oficio de simulación, opuestos al método del Actor's Studio.
 
A diferencia de la ira, que es pasión que puede experimentarse a solas, la indignación necesita de público y publicidad, ser compartida y participada. Uno no se indigna jamás en soledad, sin hacer exhibición de su emoción furibunda: he aquí la clave del caso. La indignación es una forma de ira expuesta de cara a los demás, una ira puesta de manifiesto, una ira aireada. Con ella por estandarte, hasta el más negado puede ganar el Nobel.
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