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Paseando por la Habana

El cura sandinista Ernesto Cardenal ha conseguido reconciliar su condición de sacerdote, la adscripción activa y cómplice al socialismo y una más que notable relajación en las costumbres. También escribe. Desconocemos por qué no le han concedido todavía el Premio Nobel o el Príncipe de Asturias.

Entre las obras maestras -descontadas sus poesías- que avalan su candidatura a galardones de tan acendrado sabor progresista se cuenta En Cuba (Buenos Aires, Ediciones Carlos Lohlé, 1972), un libro de estampas sobre el paraíso comunista castrista, que Cardenal tomó como modelo para su país, la desdichada Nicaragua.

De este libro ejemplar, seleccionamos dos pasajes. Un fragmento de conversaciones con Mario Benedetti, otra lumbrera del progresismo hispano, y un monólogo de la alucinada y cínica poetisa norteamericana Margaret Randall.



Paseando por la habana "Muchos dirán que La Habana es triste", le dije a Benedetti, "porque aquí no hay la alegría burguesa, pero aquí hay la verdadera alegría. Las ciudades capitalistas parecen muy alegres en el centro: pero para los que no tienen un centavo en ellas, son un horror. La alegría es sólo para los ricos, y esa alegría de los ricos además es falsa y es otro horror. Aquí yo veo la inmensa alegría de una urbe sin pobres, sin miseria. Y la alegría de ser todos iguales[…]". "¿No echás de menos los artículos en las tiendas, verdad?", me dijo el poeta Benedetti.

Le dije: "Me parece bellísimo. Yo me he retirado del mundo para vivir en una isla, porque me repugnan las ciudades, pero ésta es mi ciudad. Ahora veo que yo no me había retirado del mundo, sino del mundo capitalista. Esta es una ciudad que le tiene que gustar a un monje, a un contemplativo, a cualquiera que en el mundo capitalista se haya retirado del mundo".

Y Benedetti: "En Uruguay hacen 1.000 carteras de señoras y son carísimas y casi nadie las puede comprar y por eso las tiendas de mi país están llenas de carteras. Aquí cuando hacen carteras tienen que hacer 400.000 y todo el mundo compra y por eso no hay carteras. Quiero decir, no hay carteras en las tiendas, porque las carteras las anda la gente. Las camisas las hacen todas iguales -iguales en la calidad y en el precio, con diferencias de colores y estilos. Y nadie anda vestido peor que otro y nadie anda con lujo, todos andan con la misma calidad de ropa. El problema no es el dinero sino los artículos. Sobra dinero y faltan artículos, por eso las tiendas están vacías. En nuestros países no es que sobren los artículos, pero parecen que sobran los artículos porque falta dinero para comprarlos y por eso las tiendas están llenas".

Yo le dije: "Veo que aquí nadie anda elegante. Toda la gente se viste como a mí me gusta vestirme. Y como se visten los poetas, los artistas, los intelectuales, los estudiantes. También como se viste Fidel Castro. Y como se debiera vestir toda la gente en todas partes. Los vestidos tienen mucho colorido y son variados. Los vestidos de las muchachas, además, son bonitos". […] Yo recuerdo lo que me dijo Cintio [Vitier]: "Aquí todo el mundo tiene más dinero que el que puede gastar. El dinero ya no es un problema. El dinero a la gente ya no le interesa".

Y lo que me dijo Fina: "Cuando la gente come en los restaurantes más elegantes, el dinero tal vez no le alcance, aunque la mayoría de las veces alcanza y le sobra. Uno gana más que lo que puede comprar".

Y lo que me dijo Margaret Randall esta mañana: "Me parece rarísimo oírte hablar de un escritor con problemas económicos (yo le hablaba de un poeta de Nicaragua), me parece rarísimo… Y recuerdo que es así, que allí hay gente con problemas de falta de dinero. Pero se me había olvidado, porque hace años que no he oído hablar a nadie de falta de dinero. Aquí los problemas son otros, pero no la falta de dinero". comprando con margaret randall Me invitó a que la acompañara a comprar sus víveres, para ella y su marido el poeta Robert Cohen. Me dijo: "Para que veas cómo se hacen las compras en un país socialista". La tienda que le tocaba a ella estaba cerca de mi hotel. Mientras hacíamos cola me dijo: "Esto es lo más bello de la revolución, que todos recibimos lo mismo. Todo adulto tiene derecho a cuatro huevos a la semana, tres cuartos de libra de carne a la semana, media libra de pan al día. Seis libras de azúcar al mes. Seis libras de arroz al mes. Antes eran cuatro libras, y ahora han subido a seis porque aumentó la producción de arroz. Así el pueblo se da cuenta de la relación que hay entre el trabajo de sus manos y los productos que obtienen. El pan es de lo más abundante (nosotros no nos comemos todo el pan que nos dan) regalan en la tarde todo el pan que ha sobrado para que no quede pan duro para el día siguiente. […] Cuando alguien muere, el funeral lo paga todo el Estado: el ataúd, cinco coronas y el carro fúnebre -todo es gratis para morir. ¿Impuestos? No hay impuestos en Cuba".

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