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CRÓNICAS COSMOPOLITAS

2. Elogio del capitalismo

Cabe preguntarse si tienen éxito porque son de izquierdas o si son de izquierdas para tener éxito; dependerá de los invitados, sin duda, pero el resultado es el mismo: para tener éxito hoy hay que ser de izquierdas, y por lo tanto, anticapitalista.

Se da frecuentemente la divertida contradicción de ver a los famosos, escritores, pintores, cineastas, músicos inclusive (¿qué será un músico de izquierdas?), beneficiarse a dos carrillos del capitalismo y despotricar contra el capitalismo. Ninguno de ellos se declara públicamente partidario del capitalismo, pero muchos no sólo viven como ricos sino que tienen acciones, compran y venden en Wall Street o en la City, compran y venden propiedades, obtienen beneficios que nada tienen que ver con sus derechos de autor, aunque estos, por lo general, constituyan la fuente primera de sus ingresos. Y siguen despotricando contra el capitalismo. Claro, que su postura anticapitalista no sólo no disminuye sus beneficios capitalistas, sino que aumenta sus derechos de autor. Negocio redondo.
 
Hay que distinguir, aunque no sea siempre fácil, entre los que escriben (o pintan o realizan películas) para obtener fama y dinero, para lo cual es conveniente ser de izquierdas, y lo que escriben por íntima necesidad y vocación, y a veces tienen éxito, sin ser de izquierdas. Para dar un ejemplo de esta categoría de artistas con vocación, que constituye una especie en vías de desaparición, citaré a Samuel Beckett (pero hubiera podido citar a Ionesco, o mejor aún, a Borges). Humilde lector de inglés en la “Ecole Normale Superieuere” de París, Beckett publicó a finales de los años treinta varias novelas confidenciales, o sea, con pocos lectores. No se inmutó, siguió escribiendo porque era una necesidad. El éxito llegó con su primera obra de teatro, Esperando a Godot, estrenada en 1953, y fue creciendo hasta el Nobel, pero tampoco se inmutó. Siguió escribiendo lo suyo hasta su muerte.
 
Aunque pueda calificarse a ambos de “famosos”, Beckett es exactamente lo contrario de un Carlos Fuentes, pongamos. Todo les separa, salvo que los dos escribían. A propósito de Beckett recuerdo una anécdota que creo poco conocida: denunciado por algún vecino como “extranjero peligroso”, Beckett recibe en 1942 la visita de la GESTAPO, que registra su piso. Se constata que en su abundante biblioteca hay varias estanterías con libros en alemán, entre los cuales, Mein Kamf, de un tal Hitler. Los gestapistas se dicen que un hombre que tiene Mein Kamf en su biblioteca no puede ser un enemigo del Tercer Reich y se largan.
 
En su mentalidad de burócratas de la muerte no cabe la idea de que se puede querer conocer los escritos del enemigo, precisamente para mejor combatirle. Al día siguiente, los Beckett abandonan París y se refugian en el sur de Francia, en el Vaucluse, porque efectivamente tenían relaciones con la Resistencia, y en su caso sería con el Intelligence Service británico, que organizó la primera red de Resistencia en Francia ocupada, cosa que los franceses pretenden ocultar al máximo.
 
No conozco los detalles de las actividades de resistente de Beckett, posiblemente modestas, pero lo seguro es que nunca se vanaglorió de ello, nada de proclamas, de autobombos no de medallistas militares, como tantos, ni siquiera un rastro en su obra. En sentido contrario, tampoco veo en los cuadros de Matta rastro alguno de su admiración por Fidel Castro y otros dictadores de izquierda; y si no fue un capitalista anticapitalista, tampoco lo necesitaba. Su última esposa, Cermana, era la heredera de un consorcio industrial italiano a la que nunca exigió que repartiera sus acciones y beneficios entre los empleados de su empresa. Una cosa es despotricar contra el capitalismo, sobre todo norteamericano, en entrevistas y sobremesas, y otra muy diferente abandonar los sabrosos beneficios de ese diabólico capitalismo.
 
Y no veo por qué me meto con el difunto Matta, ya que hay ejemplos mucho más escandalosos. Pero el capitalismo se lo traga todo, su dinamismo es tal que se nutre y beneficia de sus contradicciones y oposiciones, y no hablemos de los críticas de los artistas famosos, tan divertidas que hasta muy a menudo las subvencionan, considerándolas como sabrosas pimientas que realzan el sabor de la sopa boba de la vida cotidiana. Bueno, eso ocurre, sobre todo, en los Estados Unidos, por ejemplo, con los surrealistas, donde por cierto, no todos los escritores y artistas son anticapitalistas, aunque también exista allí un amplio mercado para el pensamiento de izquierdas anticapitalista.
 
Yo no sé cuántas acciones en bolsa, cuántas propiedades, cuántos intereses y tenderetes compran y venden famosos como Gunther Grass, García Márquez, Carlos Fuentes y bastantes más, y me da lo mismo, constato sencillamente que viven una esquizofrenia aparentemente tranquila, denunciando desde sus palacios la miseria en el mundo, cuando precisamente esa miseria disminuye a medida que avanza el capitalismo por todas partes, y ya no las diversas “dictaduras del proletariado”, verdaderas creadoras de miseria, pero esto no quieren verlo porque no es rentable para ellos.
 
No se trata sólo de personalidades irresponsables, con menor influencia de la que creen, lo mismo ocurre con grandes empresas capitalistas, que venden anticapitalismo para aumentar sus beneficios (anticapitalismo o demagogia barata, lo cual viene a ser lo mismo). Por ejemplo, el grupo Prisa, o el grupo Le Monde, se podrían citar más. Estos sí que tienen influencia y ocurre que hasta influyan en ciertas elecciones para conducirnos a catástrofes, como acaba de ocurrir en España.
 
Esto no impide que nos encontramos ante un inmenso vacío intelectual en relación con el capitalismo, en donde, a todas luces, predomina el anticapitalismo. Ni siquiera tenemos a alguien como Balzac, el cual, pese a su admiración por la aristocracia y su menosprecio de los mercaderes, conducido por su talento de novelista era capaz de entusiasmarnos con historias de compra-venta, de banqueros, de negocios más o menos sucios, que retrataban, incluso pese a él, el formidable dinamismo del incipiente capitalismo del siglo XIX.
 
Recuerdo que una vez, refiriéndome al resurgimiento del capitalismo en China, le hablé a Jean-François Revel de capitalismo “salvaje”. Hacía alusión al desarrollo del capitalismo en un país de dictadura de partido único, sin sindicatos libres, etcétera, pero Revel contestó tajantemente: “No hay capitalismo salvaje. Ese es un sofisma demagógico”. ¿Y si una vez más Revel tenía razón? Pero, ¿cuántos por estas orillas europeas piensan como él?
 
 
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