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DIGRESIONES HISTÓRICAS

1934: Los nacionalistas catalanes y vascos, contra la República (III)

Como hemos visto en la peligrosa huelga agraria lanzada por el PSOE en junio de 1934, el gobierno Samper, vencedor, había aceptado negociar con los vencidos socialistas y acoger con “simpatía” sus propuestas, según testimonio de la propia UGT. Samper esperaba contagiar su propia moderación a los socialistas, cuyos activos preparativos para la guerra civil ignoraba, aunque había sobrados indicios de ellos.

Como hemos visto en la peligrosa huelga agraria lanzada por el PSOE en junio de 1934, el gobierno Samper, vencedor, había aceptado negociar con los vencidos socialistas y acoger con “simpatía” sus propuestas, según testimonio de la propia UGT. Samper esperaba contagiar su propia moderación a los socialistas, cuyos activos preparativos para la guerra civil ignoraba, aunque había sobrados indicios de ellos.
Obviamente, no consiguió calmar al PSOE. La izquierda en general veía esas actitudes como claudicaciones y síntomas de debilidad, y acentuaba su agresividad hacia la derecha, tildada incansablemente de “fascista”. El propio Azaña expresa en sus diarios todo el desdén que le inspiraba el conciliador Samper.
 
Y no había terminado la huelga cuando se abría un nuevo frente, esta vez a cargo de la Generalidad, dominada por los nacionalistas catalanes de izquierda. Éstos, agrupados principalmente en la Esquerra, habían acogido la victoria electoral de las derechas en noviembre del año anterior declarándose “en pie de guerra”, “arma al brazo”, etc. En vano la derecha nacionalista, la Lliga, les había exhortado a no reproducir, con tales actitudes, la historia española del siglo XIX. Pues bien, en ausencia de la Lliga, que se había retirado del Parlament en protesta por las arbitrariedades y violencias de la Esquerra, fue aprobada una ley de contratos de cultivo, en principio moderada, pero que la Lliga encontró inadmisible y contraria a las competencias del estatuto autonómico. Entonces la Lliga demandó al gobierno que recurriese la ley ante el Tribunal de Garantías Constitucionales.
 
El gobierno, de mala gana, aceptó la petición, y el tribunal sentenció la inconstitucionalidad de la ley. Samper no deseaba conflictos por ese lado, e inmediatamente propuso a Companys unos mínimos y ligeros cambios formales en la ley, y su rápida promulgación para no dar lugar a nuevos recursos. Llevaba las negociaciones con el gobierno el prestigioso abogado Amadeu Hurtado, catalanista moderado, que dice en sus memorias: “El amigo Companys no quiso admitir una sola enmienda”. Al contrario. El president declaraba el 11 de junio, en un mitin: “El fallo (del tribunal) es la culminación de una ofensiva contra Cataluña (…) Obliga a recordar a todos los que no han perdido el recuerdo de que son hijos de esta tierra generosa y altiva a defender su prestigio con la sangre de sus venas. (…) Hemos de fortalecer nuestro espíritu y decirnos cada día, de cara a nuestro deber presente, que puede convertirse en histórico: Yo soy catalán, soy un buen catalán. Y tal vez yo os diga a todos: hermanos, seguidme. Y toda Cataluña se levantará”. Eran palabras de guerra civil, y toda la Esquerra agitaba con verdadera histeria por el honor de… “Cataluña”.
 
Hurtado señala: “Supe que a la sombra de aquella situación confusa, la ley de Contratos de Cultivo era un simple pretexto para alzar un movimiento insurreccional contra la República, porque desde las elecciones de noviembre anterior no la gobernaba la derecha”. Y, efectivamente, Companys y los suyos diseñaron una doble maniobra: elevar al máximo la temperatura desde el Parlamento regional, y abandonar las Cortes.
 
En el Parlament dijo Companys: “Me han llenado de estupor unas declaraciones del señor Samper lanzando la sugerencia de que tal vez, si se modificaban algunos aspectos, (de la ley) podría haber un plano de avenencia que, en este problema, la sola palabra nos cubre de vergüenza”. La ley tendría que mantenerse con puntos y comas. Y añadió: “No somos hombres que nos dejemos llevar por los nervios ni por las exaltaciones clamorosas momentáneas (…) Sabemos adoptar aquel tono ponderativo de táctica y equilibrio, de saber hacer (…) No somos unos insensatos”. Pero previno contra la repetición de ocasiones en que, a su juicio, los catalanes habían sido injuriado y no habían respondido con la violencia necesaria. Si los nacionalistas volviesen a claudicar ahora, “¡Oh, amigos!, si eso sucediese y yo tuviese la desgracia de quedar con vida, me envolvería en mi desprecio y me retiraría a mi casa para ocultar mi vergüenza como hombres y el dolor por haber perdido la fe en los destinos de la Patria”.
 
Después del final de la aventura, Companys diría al fiscal que le interrogaba que su discurso había sido “muy moderado”. El fiscal comentó: “Primero, ¿qué concepto tendrá el señor Companys de la falta de moderación? Segundo, si el fascismo, según nos dijo ayer, se caracteriza por discursos heroicos, por amenazas de violencia, ¿quién no diría que el señor Companys, cuando pronunciaba este discurso, era fascista? Tercero, con razón se dice que los hombres estamos más dispuestos a matar o a hacer matar que a morir por nuestros ideales”.
 
Pero eso llegaría meses después. De momento, Companys unió la acción a la palabra, nombrando a Dencàs, separatista radical y violento, conseller de Gobernación. Dencàs explicará más tarde: “Intentábamos organizar unas juventudes  armadas, precisamente para traducir en hechos prácticos los clamores de heroísmo y de actitudes rebeldes (…) para implantar y hacer factible aquella revolución que todos los dirigentes en los actos y mítines predicaban a nuestro pueblo. ¿Cuáles eran las directrices que se me dieron cuando ocupé la Consejería de Gobernación? Se me dieron órdenes muy concretas. (…) Era necesario preparar nuestra casa para la resistencia armada”.
 
Al mismo tiempo la Esquerra  se retiró de las Cortes invocando “el prestigio de la República, el respeto y eficiencia de la Constitución y los derechos de Cataluña”. Estaba, precisamente, hundiendo la legalidad republicana al no respetar el fallo de un tribunal equivalente al Constitucional de hoy. En vano la Lliga había protestado de que tal actitud privaba a la Generalidad de todo derecho si en alguna ocasión el gobierno invadía sus competencias.
 
En las Cortes, un implorante Samper se dirigía a los vacío escaños de la Esquerra: “¿La esencia fundamental de la República no es el respeto profundo a las leyes?” Recordó que al plantearse el recurso de la Lliga , la Esquerra no había alzado la voz, y que un recurso legal no podía considerarlo nadie un agravio. “¿Por qué se retiran? ¿Se han acercado alguna vez al Gobierno en que hayan sido objeto de desatenciones? ¿Es que se puede llegar al rompimiento sin que haya precedido una gestión para el arreglo? ¿Han formulado sus quejas y sus cuitas?”
 
Pero la cosa no había acabado. Entonces se levantaron a su vez los diputados del PNV y se fueron también. Aguirre dijo “En nuestro pueblo hemos recibido quejas ardientes de Cataluña. Viendo que acuden a nosotros demandando solidaridad, no podemos negársela. No vale que el Gobierno diga que cumple estrictamente la Constitución, porque en la vida de los pueblos y en las relaciones ciudadanas, incluso al margen de la ley, existe algo superior, y es que de corazón a corazón se arreglan muchas veces más conflictos que con la aplicación estricta de las leyes”.
 
Esta doctrina que sustituía la aplicación de la ley por el compadreo no era menos sorprendente que la pretensión de que la Esquerra y Cataluña eran la misma cosa, o que la propia solidaridad de un partido tan derechista y católico como el PNV con un partido tan jacobino y anticlerical como la Esquerra. Solidaridad, por otra parte, en el ataque a la legalidad, como reconocía implícitamente Aguirre.
 
Por primera vez se producía esta unidad de acción entre el PNV y una extrema izquierda que estaba preparando una revolución. Alianza que, asombrosamente, muchos historiadores han presentado como prueba de la “democratización” y “modernización” del PNV, empezando por los autores del libro El péndulo patriótico, obra fuertemente contaminada de propaganda peneuvista.
 
No sólo se solidarizó el PNV con una Esquerra lanzada por caminos de insurrección. También lo hicieron los socialistas, encabezados en ello por Prieto, y los republicanos de Azaña. Esta variopinta alianza requiere un pequeño estudio en otro capítulo.
 
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